jueves, 4 de agosto de 2016

Cuatro años, 192 días… una vida

Se encontraron, como todas las semanas desde hacía cuatro años, en la esquina de la plaza. Se dieron el beso de rigor, se tomaron de la mano y caminaron en silencio rumbo al bar que quedaba apenas a media cuadra. Entraron. Se sentaron en una mesa junto a la ventana, siempre elegían ese lugar, saludaron desde lejos a Juancito - el mozo - y se miraron. Habían pedido lo mismo en todos sus encuentros, por esa razón, cuando Juancito se acerco pregunto si les traía lo de siempre. Recibió una respuesta inesperada, Fernando le dijo que además le trajera un whisky. Agostina había notado algo distinto, algo raro, no sabía con precisión que podía ser, no llegaba a percibir en su totalidad el ruido en su cabeza. El pedido de Fernando terminó de confirmarlo, iba a ser un día extraño.
—¿Qué te pasa?—Preguntó para intentar entender.
—Nada—Contesto él amargamente.
Ella se quedo callada, él la miro más dulcemente que nunca. La tomó de las manos.
Se sentía en el aire que algo deseaba decirle, pero no se animaba, no le salían las palabras, solo la miraba a los ojos. Y de repente, sin preámbulo alguno, se despachó.
—Te amo, estoy completamente enamorado de vos, no aguanto tenerte lejos, no soporto extrañarte, te quiero y quiero que estemos juntos, me desespera.
Acababa de romper todas las reglas que se habían impuesto el día que se conocieron. Reglas que le resultaron lógicas en su momento, reglas que en su interior pensó que ella sería la primera en romper. Y hoy, cuatro años más tarde, las despedazo en una sola oración. No era algo que se le había ocurrido ahora, desde el tercer encuentro lo quería decir, su cobardía, o el hecho de que podría perderla hicieron que no se animara.
Agostina lo miro atónita, había esperado que se lo dijera mucho tiempo atrás. Hoy resonaba a tardío. Cuando se conocieron era una mujer infelizmente casada, muchas noches pensó como sería dormir con Fernando, fue tanto su penar que terminó dejando a su esposo. Ese hubiese sido, pensaba ahora, el momento oportuno para que él lo dijera.
Entonces, llegó el reproche.
—Fer ¿en qué pensás?¿Esperaste hasta hoy, hasta este día para decirme algo así? El viernes me caso nuevamente y con un hombre al que quiero. No te entiendo. Me querés cagar la vida. Vos no querés que sea feliz.
Fernando sintió que perdía todo, ella quería a otro hombre, a su futuro esposo, no lo había visto venir. Se sintió un idiota. La había cagado. Lo único que pensaba era que no la iba a ver más. El pánico se le hizo presente, sus manos transpiraron, su boca intentó moverse, pero sus labios solo balbucearon incoherencias. Quería decir algo. Esperaba… la miraba perplejo.
—¿Vas a dejar a tu esposa por mí?—Le inquirió ella sin razonarlo.
Fer, respiró, ahora podía contestarle. Tenía suerte. Era una pregunta, que en su mente, se la hizo muchas veces.
—Si—Solo eso salió eso de su boca.
Fue un revuelo de sentires, las lágrimas se asomaron en el alfeizar de sus ojos. No podían dejar de mirarse. Ella dio se dio cuenta de la situación y quiso ponerle un fin.
—No podemos…Fer… no podemos, te odio… entendemé, por favor.
—Te odio, te odio ¡hijo de puta!...te amo—lo dijo con un llanto de desconsuelo. Fernando no atinaba a calmarla.
Juancito que miraba la escena desde la barra, no entendía, siempre fueron clientes que pasaban desapercibidos. Solo se ocurrió que hoy no tendría la buena propina de siempre, se dio cuenta que era una mierda. Después de tanto tiempo de verlos juntos, era lo que menos importaba. Se acercó a la mesa con un par de tazas de café, les dijo que iban por su cuenta. Lo miraron y sonrieron. Se quedó más tranquilo.
No hubo una sola palabra más entre ellos, se levantaron, él pagó la cuenta y dejó la mejor propina en cuatro años. Salieron juntos de la mano.
Fue la primera vez que no volvieron a dormir a sus casas. Se despertaron juntos. Se rieron. No se conocían así, despeinados, con mal aliento, ojos hinchados, todas esas cosas que no tenían el romance que habían vivido.
Agostina, es una mujer feliz. Fernando es un hombre feliz.  Juancito los recibe cada viernes con un sonrisa.

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