viernes, 16 de septiembre de 2016

Des-rutinario

Las luces se apagan, el resplandor de las velas danza en las paredes. La música de extrema suavidad deja escuchar sus susurros. En la mesa, un par de copas a medio vaciar, en el sillón, ellos.
Ella deja que su mano lo bese, lo acaricie, lo busque. Sus ojos lo miran y la pasión estremece sus facciones.
Él, recorre su cuerpo con su mirada, la desviste con sus manos. La inevitable desnudez los alcanza. Se estremecen con premura.
Ambos, descubren sus sabores, sus entrañas, sus intimidades.
El fuego abrasa sus cuerpos, se queman en las brasas del placer. El deseo los emociona y detienen el tiempo.
Un sonido, un sonido rutinario y conocido, un sonido de amor...

—Juan, se despertó Albertito, te toca cambiarlo a vos.

jueves, 8 de septiembre de 2016

Tubby con sorpresas

Se sientan en el banco de la plaza, él tiene quince años, está en el tercer año del colegio secundario. Ella diecisiete, cursa el último año, se acerca el ingreso a la facultad.
Mariela siempre había salido con chicos más grandes, le gustaban los chicos con moto, salir a bailar, fumarse un cigarrillo. La tenían por la más linda de su curso, se consideraba la más linda del colegio.
Esa tarde, aceptó la invitación de ese chiquilín -que no dejaba de mirarla en los recreos- para encontrarse a la salida de clases. Sentía algo de vergüenza, no quería la vieran, pero la empujaba la curiosidad.
Pedro siempre pareció maduro para su edad, a los trece años una vecina –también más grande- le enseño a besar. La vecina estaba de novia, pero le encantaba el pendejo. Usó todos sus encantos para seducirlo, él en su inocencia y sus ansias se dejó. Le preguntó si sabía besar, el contestó que sí. Apoyó sus labios sobre los de ella y los movió espasmódicamente. Anita, se rió, le enseñó para que servía la lengua en un beso.
Le ofrece un chocolate, ella sonríe y lo acepta. El envoltorio es una hoja de carpeta, le escribió un poema. Se estremece, ninguno de sus galanes hizo algo así. Pedro le pide que no lo lea, el rubor de sus mejillas se deja ver de lejos. Mariela lo guarda en su mochila.
Hablan hasta que empieza a caer el sol, pierden la noción del tiempo. Ella se asusta y le dice que debe volver, no avisó que llegaba tarde. Él le toma de la mano y se ofrece acompañarla. Caminan las cuadras conversando entre risas. Llegan a la puerta, y se dan un beso en la mejilla.
Mariela saluda a sus padres y sube corriendo a su habitación, abre la mochila, busca el papelito, lo lee. Pedro, camina contento hasta su casa, esa noche no puede probar bocado, está en otra.
Matemáticas, es la hora que le toca a ella, a él geografía. No escuchan nada de lo que dicen los profesores, los nervios los tienen a mal traer. Suena el timbre del primer recreo, no miran a sus compañeros, salen corriendo. Llegan primero que nadie al medio del patio, está vacío. Pedro la mira con recelo, Mariela lo mira con timidez. Se acercan y se toman de las manos.
Ella se aguanta la burla de sus compañeras, no le importan en lo más mínimo. Él hace oídos sordos a los consejos de sus amigos. Se aman.
Recibe el diploma, están los padres y Pedro. Él se alegra y siente miedo, sólo le queda el verano para verla todos los días. Se perdieron los recreos.
Mariela lo llama, le cuenta que necesita estudiar mucho porque se acerca un parcial. Pedro se ofrece a ayudarla, le dice que se va a juntar con unos compañeros. Hace una semana que no se ven. Pedro llora en silencio, se siente un niño.
Los encuentros son cada vez más espaciados, ella está muy ocupada con su estudio, él está cada vez más melancólico. Un día, ella dice que tienen que hablar, él sabe lo que se avecina. Está preparándose para decir adiós desde hace tiempo. Lo sita en la misma plaza del primer encuentro.
Cuando Pedro llega, a pesar de hacerlo temprano, Mariela está sentada en el banco, sus ojos rojos no la dejan mentir, estuvo llorando. El venía con los tapones de punta, no quería permitir que lo dejaran porque sí. Al verla, se derrite, se olvida todos sus argumentos, sólo quiere abrazarla. La confesión, a los oídos, se le hace insoportable, lo está destrozando por dentro. Conoció a un chico, es lo único que escucha. Todo el resto que sale de su boca está en una nebulosa que lo marea. Se quiere levantar e irse. Mariela le da un chocolate envuelto en una hoja de carpeta. Ofuscado se va. Llega y se encierra en su habitación. La mamá, sabedora, le lleva la comida en una bandeja.
Suena el timbre del primer recreo, en el bolsillo tiene guardado el papel que recibió la noche anterior. No se anima a leerlo, él mismo se predice catástrofes y dolor. Se aleja de todos, se va a un rincón del patio. Abre con miedo la hoja.
Noche, parada del bondi, él y un par de tipos raros. Viene, no viene, era su única preocupación. Se abren las puertas del medio, Mariela baja, la abraza, lo abraza, se abrazan.
Ella había conocido a un chico, salieron un par de veces, hasta se llegaron a dar un pico. Nada, ni nadie era como su Pedro.
—Abuela ¿Cómo conociste al abuelo?
—El abuelo me regaló un poema con un chocolate.

martes, 6 de septiembre de 2016

El desencuentro

El cuerpo seguía mis pies que conocían el camino, el yo inmaterial estaba inmiscuido en los recuerdos que le provocaban el lugar. La vista, mía, se detenía en los lugares comunes buscando algo que evocar.
La mano derecha, suya, tocó mi hombro izquierdo, di media vuelta y paré en seco. Su sonrisa de dulzura amarga se incrustó en mi cara, no me lo esperaba.
—Hola —Dijo la voz, la de ella.
Desde el cerebro la respuesta partió hacia la boca, la mía, se perdió en el camino. No pude articular los labios para emitir sonido alguno. Momificado en esa esquina me sentí tan estúpido que quise desvanecerme.
—¿Cómo estás? —Me pareció la pregunta más cruel que recuerdo. Tuve ganas de gritarle en la cara que era una mierda, la cobardía de tenerla cerca no me dejó.
—Bien —Contesté, queriendo parecer no afectado por su presencia.
Su mirada intentó escudriñar mis sentimientos, para eso fue de arriba hacia abajo, me  miró el despeinado, los ojos, la camisa, el abrigo, los jeans y las zapatillas. Seguía paralizado, yo. La  cabeza me mareaba, el corazón me explotaba.
—Se me hace tarde, me encuentro con unas amigas… bye, nos vemos. —Me saludó con un beso helado sobre mi mejilla caliente. La vi alejarse, a ella.

No volví a caminar por la calle, esa. Me quedé con otros recuerdos, otros encuentros, menos fortuitos, más amados.

sábado, 3 de septiembre de 2016

El desahuciado

No eran pasos, arrastraba sus pies dañados por el suelo polvoriento.
Los indios, invadidos invasores, lo habían dejado por muerto junto al azaroso cauce del río.
La noche oscura y voluminosa lo alcanzó, el cielo abundante cayó sobre su cuerpo maltrecho.
Le urgía encontrar un refugio para las heridas de un cuerpo y un alma desahuciados, un amparo donde escapar de los hambrientos seres nocturnos, un asilo para esconderse de sus miedos.

A lo lejos escuchó la tumultuosa jauría de canes merodeando el pueblo. Debía llegar antes que cerraran la empalizada. Su vista la ponía al alcance de sus manos, sus pies parecían llevarlo en sentido contrario. Su vida necesitaba desesperadamente llegar.

Fábula de la paloma, el gorrión y “el alcón”

—Que buenos tiempos eran los de antes —Sentenció la paloma parada en un árbol de la plaza.
—Podíamos volar por las cúpulas de la estación muy tranquilamente —Se dejó llevar el gorrión.
—Nos han diezmado, amigazo, antes podíamos comer de la basura que dejaban los pasajeros.
—No me cuentes, teníamos los nidos más calentitos de la cuidad y nadie podía molestarnos.
—Nosotras ensuciábamos a los que iban y a los que volvían, nos divertíamos mucho —Alegó la torcaz con risa melancólica.
—Nos echó ese halcón despiadado. Todo el día gritando. Se apoderó de nuestros hogares. Ahora los gorriones debemos trabajar para mantenernos.
—Pajarraco indolente. Odio a  los hombres, odio más a ese avechucho que nos asusta sin descanso.  Para colmo, aquí afuera están sus compatriotas que nos comen sin descanso.
El jefe de la estación, cansado de los disturbios y la suciedad que provocaban las palomas y gorriones, decidió instalar el “alcón-J355”, un artefacto electrónico que emitía sonidos de aves rapaces. El resultado fue óptimo, hacía meses que habían desaparecido los provocadores.
Un halcón, parado en lo más alto de la torre, buscaba a sus víctimas. Había descubierto la verdad hacía tiempo, se había adentrado en la vieja cúpula al escuchar los gritos de un colega y descubrió que se trataba de un artilugio.

Distinguió su almuerzo desde la altura, se preparó a realizar el vuelo certero… antes, se dijo: todo lo que escuchas es tan verdadero como quieras creerlo.