miércoles, 30 de noviembre de 2016

Invisible




Se mira en un charco de agua, ése que dejó la lluvia de ayer… no se reconoce, no sabe quién es, cuenta con los dedos de las manos y decide que tiene diez años, sabe que son más, pero no tiene más dedos. Hace tanto tiempo que patea las calles rebuscando todo y nada, perdiendo su infancia en las esquinas, improvisando sonrisas para los demás, haciendo morisquetas para conseguir migajas.
Se refriega las lagañas, se acomoda las crenchas duras, repasa sus ropas con la mano, le da vergüenza parecer un pordiosero, la madre está ocupada con los hermanos más chicos, el padre está siempre tan borracho que sólo le festeja la poca guita que le consigue para pagar su vino. Sale caminando despacio hacia la estación de trenes de Retiro. El sol de invierno recién empieza a despuntar, tuvo frio toda la noche y le costó dormir, con la caminata, el cuerpo se empieza a calentar. Odia sus cachetes rosados tanto o más que a su nariz mocosa. Odia el invierno, el otoño, la primavera y el verano, no hay una estación que no tenga algo que reclamarle. Todas son una mierda, una le ofrece la frialdad de las ventanas empañadas, la otra un montón de hojas inútiles y marrones que no le sirven para nada, la estación de los colores le concede flores marchitas, y la estival le desea una deshidratación de total calidez. Las conoce, hace años, y sabe que tiene que apechugar todas.
Se volvió invisible cuando dejó de ser niño, también odia ese momento. Antes, las personas, lo tenían… lo miraban y le regalaban, una puta mierda, pero le regalaban, un cacho de pan o una porción de pizza, se le antojaba que eso era una Navidad para su estómago.
Se mira en el espejo de un bondi, ése que le deja pedir en su puerta… y se siente tan niño, tiene ganas de jugar, de correr, de la risa fácil que ya se le olvidó. Su existencia, porque no le parece que sea vida, es un ir y venir a la nostalgia de querer seguir siendo un niño.
Siente culpa de existir, de ser inocente en su desdicha, de ser impalpable para las manos que brindan caricias, de necesitar.
El flaco de la esquina, al que ve todos los días en su cansino deambular, le ofrece un obsequio. Hace tanto tiempo que necesita de un regalo. El regalador es concluyente, con su presente se va a olvidar de su miseria. Se considera con suerte, se encuentra encontrado aunque ni sabe dónde está. Se enfrenta a su realidad de la mejor manera posible, evitándola.
La poli lo mete en cana unas cuantas veces y lo caga a palos. Un cura le promete la vida eterna, no entiende la vida del día a día, menos la eterna. Le parece una joda.
Se mira en las ventanillas de los autos, esas que casi siempre le cierran en la cara… está cansado, se recuesta sobre la vereda de 9 de Julio y Corrientes, hace horas que pide monedas en el semáforo. Está agotado de llorar, las lágrimas corrosivas le duelen en las mejillas que supieron ser rosadas. Odia, como siempre,  ese frío que lo envuelve.
Es tan invisible que ni él mismo se da cuenta de que se fue.


Ilustración: Patricia Fernández

miércoles, 9 de noviembre de 2016

Acromático





Llegaba del trabajo todos los días a la misma hora. Se sacaba la corbata que dejaba tirada sobre la silla, desprendía el último botón de la camisa, desataba con gran parsimonia los cordones de los zapatos, los prefería a los modernos mocasines, y los pateaba de a uno bajo la cama. Se calzaba un par de pantuflas que inevitablemente encontraba siempre en el mismo lugar donde las había dejado por la mañana.
Su cuarto, su habitación, su casa, un solo espacio de unos cuatro metros de lado donde convivían montañas de libros sobre la mesa, sobre la cama, sobre las sillas y en el piso.
Cada uno de los últimos cinco años de su vida no había dejado de llevar uno nuevo para sus montañas. Los compraba en una vieja librería a pocas cuadras de la oficina pública donde trabajaba.
Era el único vicio que reconocía tener, nunca había fumado, de joven lo había intentado, pero le había parecido desagradable y jamás llego a terminar el único paquete de cigarrillos que compró en toda su vida. No tomaba bebidas alcohólicas y en las pocas ocasiones en que lo había hecho no le había resultado complaciente. Comía sano y muy poco, siempre cosas que pudiese  cocinar en su pequeño anafe.
Cada libro a su llegada recibía un ritual de bienvenida. Era sacado de su envoltorio con total cuidado, usaba y abusaba de la delicadeza a tal punto que despegaba durante minutos cada una de las cintas que fijaban el embalaje, jamás en cinco años rompió un papel. Una vez despojado de su envoltura, se dedicaba a acariciar cada una de sus partes, el lomo, la tapa, la contratapa, las hojas, con una adoración digna del mejor amante. Cuando salía de su éxtasis, lo abría y leía el prólogo varias veces, se dejaba llevar por las palabras y decidía a cuál de las pilas debía pertenecer. Todas y cada una, según él, habían sido levantadas de acuerdo a un orden temático para poder reconocerlas en el futuro. Además los libros habían sido dispuestos según su tamaño, de mayor a menor, y los ángulos inferiores izquierdos conformaban una sola línea recta que se dirigía hacia el techo. Odiaba a las editoriales, que por esnobismo, modernismo, espacio ó razones que no llegaba a comprender, cambiaban el orden de lectura en los lomos, acción que lo obligaba a torcer su cabeza de izquierda a derecha para leerlos, llevándolo a pensar que se trataba de una cruel conspiración en contra de su cuello.
Seis años atrás no se hubiese imaginado en esta situación. Su vida no había sido heroica, tampoco un resplandor de colores. Había vivido con una esposa a la cual había dejado de amar, pero le había seguido teniendo un cuidado cariño, le regalaba flores todos los aniversarios, cumplía con sus obligaciones maritales al pie de la letra, usaba la ropa colorida que a ella le gustaba comprarle y degustaba diariamente su comidas horribles. Tenían una vida de lleno vacío, organizada de forma tan genial como para que ninguno de los dos se diera cuenta de que vivían a pérdida, en una amalgama de hechos inconducentes, que indefectiblemente, los conducirían a la incómoda situación actual de ser “unos separados”.
Tras una noche de insomnio y en un acto de inusitada valentía, había tirado por la ventana todos los preceptos que desde la infancia le habían inculcado, y en aquella madrugada de locura, juntó la bronca necesaria, amontonó en una valija las pilchas que tenía, sólo las que le gustaban, le dijo a su mujer que se quedara con todo el resto de las cosas que habían acumulado durante años y se había ido en busca de una habitación donde pasar la noche siguiente.
Aquel día, por primera vez en muchos años, falto a su trabajo sin excusa. Caminó sin rumbo ni dirección, con su ropaje a cuestas. Encontró una pensión gris de color gris, con menos muebles de los que había estado acostumbrado, y… todos grises. Todo hacía juego con su nueva vida. En ese cuarto se sintió libre, sin el yugo absurdo de esa mujer insoportable. Sintió la libertad, sin la voz chillona que lo conminase a dormir por el solo hecho de estar en la cama, la que no tenía la capacidad de reconocer que ese altar esponjoso, llamado lecho,  podía servir para otras cosas: amar, hablar, leer, soñar.
Su ilustre salvación, porque la soledad de estar solo, por momentos, se le había ocurrido intransitable, había sido un libro usado que compró en una vieja librería. Ese manojo de papeles ajados y leídos por otros ojos lo devolvió a su necesaria irrealidad.
Se sintió salvado, se abrazó a una religión, que no religaba y que lo arropó en su próxima vida. Su propia religión que no le pidió nada a cambio, que no tenía señaladores que le hiciesen recordar la última página vivida.
Una vez clasificado el libro, se preparaba algo de comer que devoraba rápidamente, luego se acercaba a la cama, corría la manta y se acostaba vestido en el espacio que le dejaban sus torres literarias, alargaba su mano derecha y tomaba un hijo. Se convertía en un caníbal intelectual, tragaba ávidamente cada página, sus ojos lo volvían un héroe épico, su imaginación lo llevaba a vidas escritas, que nunca fue ni sería capaz de vivir.
Allí acostado, con la luz de un velador, empezó a pasar las horas intentando resistirse al cansancio que cada noche lo alcanzaba. Se dormía con el libro abierto sobre su pecho y dejaba de soñar. Por la mañana de despertaba, algunas veces se daba un baño y cambiaba sus ropas, tomaba un té  y salía a la calle con la esperanza de volver, después de todo un día de colores, a su cuarto gris, a su habitación de muebles grises, a su paraíso de páginas en blanco y negro.


Ilustración: Pintura original de Pato Peralta

lunes, 24 de octubre de 2016

Trago amargo




Busco en mi inconsciente su mejor imagen, necesito construir un recuerdo que no sea el que tengo hoy, ese que sabe a trago de pis.
No quiero quedarme con ese último momento, ver sólo su espalda alejándose, el viento helado hostigando en mi cara las lagrimas que me recorren.
No quiero los nudos que todavía retuercen mi estomago, seguir escuchando una y otra vez las puteadas que nos enrostramos en las últimas peleas.
No quiero saber que su vida no tiene olor a mí, que la cama sigue con las mismas sábanas del último sexo y el colchón recuerda sus formas.
No quiero, cada mañana, continuar mirando su puto y abandonado cepillo de dientes en el baño, encontrar sus medias en el cajón de mis calzones, descubrir sus pelos en el peine.
No quiero la futura deslealtad de ser besados por otras bocas, pensarme acosado por su  cuerpo enroscado con el primer gil dispuesto a seducirla.
No quiero perder el enojo de la pérdida, la orgía de dolores que hacen que me cague encima rememorando su cara.
No quiero la sencilla acción de olvidar, reemplazar el lugar que ella ocupa en mi mente con el precio de una estúpida lata de tomates que se me cruza en la góndola de un supermercado.
No quiero soportar la carga de odiarla, odiarla sería reconocer que cada maldito segundo de mi existencia no puedo dejar de amarla.
Y… no puedo, no puedo dejar de amar su inescrupulosa forma de desparramar su vida sobre mi vida, esa desfachatada insolencia de soltar su cuerpo sobre el mío, esa incoherente forma de anunciar su apego a mi desdibujada personalidad. 
Y… la perdí. Se fue, me robó la primicia del adiós. Ese adiós que no saldría de mi boca porque mis entrañas se retorcerían cientos de veces antes de pronunciarlo. Ese adiós, que supo pegarme con su mano abierta como una cachetada dolorosa y vergonzante. Ese adiós que no me dejó un puto derecho a réplica, que no me dejó demostrarle que su golpe de aparente inocencia fue una invitación a la completa desolación, a una supervivencia imposible de encontrar sin su presencia.
Y… No sé explicar, eso que dicen que es angustia de desamor y para mí se parece más a un pedo atravesado que me presiona el pecho y me produce una quemazón que siento subir desde el estomago a la tráquea, que me llena de una acidez que no puedo calmar ni con la tan publicitada pastillita de mierda.
Y… me lleno de preguntas, con esta mezcla de conciencia y dolor, de pensamiento y sentimiento, que me impiden cortar ese milimétrico hilo que existe entre el mundo y el infierno, aunque después de todo, es un simple y conceptual paso. Necesito de una vez por todas, dejarme de joder y apagar mis sienes, porque el tiempo nos hace olvidar y yo no quiero olvidarla.

sábado, 15 de octubre de 2016

Trofeo

Se acerca despacio, tratando de no hacer ningún ruido. Tiene en la mira a su presa. Las astas se confunden con las ramas de los árboles, es imponente.
El ciervo levanta su cabeza parece intuir la presencia de ese hombre. Da unos saltos y se aleja por un sendero verde y profundo.
El cazador no puede perder tan bello ejemplar, sus catorce puntas lo hacen codiciable. Recorre cien, doscientos, trescientos metros y lo encuentra, parado saboreando la hierba tierna de primavera.
Esta vez tuvo la precaución de acercarse por el lado contrario al viento. El animal sigue inquieto, hociquea en busca de aromas peligrosos. Por suerte, no los huele.
En la mira nuevamente, ahora está más cerca aun. Su nerviosismo puede jugarle una mala pasada, intenta relajarse. Apoya su dedo en el gatillo sin respirar. Uno, dos, tres, cuatro y pierde la cuenta de los disparos.

En su casa de Buenos Aires, cuenta la historia a sus amigos, vinieron especialmente a admirar su obra. En la sala un esplendido ciervo colorado, rojo como fuego, parado en el medio del bosque. Junto a esa imagen, la secuencia completa de fotos.

viernes, 16 de septiembre de 2016

Des-rutinario

Las luces se apagan, el resplandor de las velas danza en las paredes. La música de extrema suavidad deja escuchar sus susurros. En la mesa, un par de copas a medio vaciar, en el sillón, ellos.
Ella deja que su mano lo bese, lo acaricie, lo busque. Sus ojos lo miran y la pasión estremece sus facciones.
Él, recorre su cuerpo con su mirada, la desviste con sus manos. La inevitable desnudez los alcanza. Se estremecen con premura.
Ambos, descubren sus sabores, sus entrañas, sus intimidades.
El fuego abrasa sus cuerpos, se queman en las brasas del placer. El deseo los emociona y detienen el tiempo.
Un sonido, un sonido rutinario y conocido, un sonido de amor...

—Juan, se despertó Albertito, te toca cambiarlo a vos.

jueves, 8 de septiembre de 2016

Tubby con sorpresas

Se sientan en el banco de la plaza, él tiene quince años, está en el tercer año del colegio secundario. Ella diecisiete, cursa el último año, se acerca el ingreso a la facultad.
Mariela siempre había salido con chicos más grandes, le gustaban los chicos con moto, salir a bailar, fumarse un cigarrillo. La tenían por la más linda de su curso, se consideraba la más linda del colegio.
Esa tarde, aceptó la invitación de ese chiquilín -que no dejaba de mirarla en los recreos- para encontrarse a la salida de clases. Sentía algo de vergüenza, no quería la vieran, pero la empujaba la curiosidad.
Pedro siempre pareció maduro para su edad, a los trece años una vecina –también más grande- le enseño a besar. La vecina estaba de novia, pero le encantaba el pendejo. Usó todos sus encantos para seducirlo, él en su inocencia y sus ansias se dejó. Le preguntó si sabía besar, el contestó que sí. Apoyó sus labios sobre los de ella y los movió espasmódicamente. Anita, se rió, le enseñó para que servía la lengua en un beso.
Le ofrece un chocolate, ella sonríe y lo acepta. El envoltorio es una hoja de carpeta, le escribió un poema. Se estremece, ninguno de sus galanes hizo algo así. Pedro le pide que no lo lea, el rubor de sus mejillas se deja ver de lejos. Mariela lo guarda en su mochila.
Hablan hasta que empieza a caer el sol, pierden la noción del tiempo. Ella se asusta y le dice que debe volver, no avisó que llegaba tarde. Él le toma de la mano y se ofrece acompañarla. Caminan las cuadras conversando entre risas. Llegan a la puerta, y se dan un beso en la mejilla.
Mariela saluda a sus padres y sube corriendo a su habitación, abre la mochila, busca el papelito, lo lee. Pedro, camina contento hasta su casa, esa noche no puede probar bocado, está en otra.
Matemáticas, es la hora que le toca a ella, a él geografía. No escuchan nada de lo que dicen los profesores, los nervios los tienen a mal traer. Suena el timbre del primer recreo, no miran a sus compañeros, salen corriendo. Llegan primero que nadie al medio del patio, está vacío. Pedro la mira con recelo, Mariela lo mira con timidez. Se acercan y se toman de las manos.
Ella se aguanta la burla de sus compañeras, no le importan en lo más mínimo. Él hace oídos sordos a los consejos de sus amigos. Se aman.
Recibe el diploma, están los padres y Pedro. Él se alegra y siente miedo, sólo le queda el verano para verla todos los días. Se perdieron los recreos.
Mariela lo llama, le cuenta que necesita estudiar mucho porque se acerca un parcial. Pedro se ofrece a ayudarla, le dice que se va a juntar con unos compañeros. Hace una semana que no se ven. Pedro llora en silencio, se siente un niño.
Los encuentros son cada vez más espaciados, ella está muy ocupada con su estudio, él está cada vez más melancólico. Un día, ella dice que tienen que hablar, él sabe lo que se avecina. Está preparándose para decir adiós desde hace tiempo. Lo sita en la misma plaza del primer encuentro.
Cuando Pedro llega, a pesar de hacerlo temprano, Mariela está sentada en el banco, sus ojos rojos no la dejan mentir, estuvo llorando. El venía con los tapones de punta, no quería permitir que lo dejaran porque sí. Al verla, se derrite, se olvida todos sus argumentos, sólo quiere abrazarla. La confesión, a los oídos, se le hace insoportable, lo está destrozando por dentro. Conoció a un chico, es lo único que escucha. Todo el resto que sale de su boca está en una nebulosa que lo marea. Se quiere levantar e irse. Mariela le da un chocolate envuelto en una hoja de carpeta. Ofuscado se va. Llega y se encierra en su habitación. La mamá, sabedora, le lleva la comida en una bandeja.
Suena el timbre del primer recreo, en el bolsillo tiene guardado el papel que recibió la noche anterior. No se anima a leerlo, él mismo se predice catástrofes y dolor. Se aleja de todos, se va a un rincón del patio. Abre con miedo la hoja.
Noche, parada del bondi, él y un par de tipos raros. Viene, no viene, era su única preocupación. Se abren las puertas del medio, Mariela baja, la abraza, lo abraza, se abrazan.
Ella había conocido a un chico, salieron un par de veces, hasta se llegaron a dar un pico. Nada, ni nadie era como su Pedro.
—Abuela ¿Cómo conociste al abuelo?
—El abuelo me regaló un poema con un chocolate.

martes, 6 de septiembre de 2016

El desencuentro

El cuerpo seguía mis pies que conocían el camino, el yo inmaterial estaba inmiscuido en los recuerdos que le provocaban el lugar. La vista, mía, se detenía en los lugares comunes buscando algo que evocar.
La mano derecha, suya, tocó mi hombro izquierdo, di media vuelta y paré en seco. Su sonrisa de dulzura amarga se incrustó en mi cara, no me lo esperaba.
—Hola —Dijo la voz, la de ella.
Desde el cerebro la respuesta partió hacia la boca, la mía, se perdió en el camino. No pude articular los labios para emitir sonido alguno. Momificado en esa esquina me sentí tan estúpido que quise desvanecerme.
—¿Cómo estás? —Me pareció la pregunta más cruel que recuerdo. Tuve ganas de gritarle en la cara que era una mierda, la cobardía de tenerla cerca no me dejó.
—Bien —Contesté, queriendo parecer no afectado por su presencia.
Su mirada intentó escudriñar mis sentimientos, para eso fue de arriba hacia abajo, me  miró el despeinado, los ojos, la camisa, el abrigo, los jeans y las zapatillas. Seguía paralizado, yo. La  cabeza me mareaba, el corazón me explotaba.
—Se me hace tarde, me encuentro con unas amigas… bye, nos vemos. —Me saludó con un beso helado sobre mi mejilla caliente. La vi alejarse, a ella.

No volví a caminar por la calle, esa. Me quedé con otros recuerdos, otros encuentros, menos fortuitos, más amados.

sábado, 3 de septiembre de 2016

El desahuciado

No eran pasos, arrastraba sus pies dañados por el suelo polvoriento.
Los indios, invadidos invasores, lo habían dejado por muerto junto al azaroso cauce del río.
La noche oscura y voluminosa lo alcanzó, el cielo abundante cayó sobre su cuerpo maltrecho.
Le urgía encontrar un refugio para las heridas de un cuerpo y un alma desahuciados, un amparo donde escapar de los hambrientos seres nocturnos, un asilo para esconderse de sus miedos.

A lo lejos escuchó la tumultuosa jauría de canes merodeando el pueblo. Debía llegar antes que cerraran la empalizada. Su vista la ponía al alcance de sus manos, sus pies parecían llevarlo en sentido contrario. Su vida necesitaba desesperadamente llegar.

Fábula de la paloma, el gorrión y “el alcón”

—Que buenos tiempos eran los de antes —Sentenció la paloma parada en un árbol de la plaza.
—Podíamos volar por las cúpulas de la estación muy tranquilamente —Se dejó llevar el gorrión.
—Nos han diezmado, amigazo, antes podíamos comer de la basura que dejaban los pasajeros.
—No me cuentes, teníamos los nidos más calentitos de la cuidad y nadie podía molestarnos.
—Nosotras ensuciábamos a los que iban y a los que volvían, nos divertíamos mucho —Alegó la torcaz con risa melancólica.
—Nos echó ese halcón despiadado. Todo el día gritando. Se apoderó de nuestros hogares. Ahora los gorriones debemos trabajar para mantenernos.
—Pajarraco indolente. Odio a  los hombres, odio más a ese avechucho que nos asusta sin descanso.  Para colmo, aquí afuera están sus compatriotas que nos comen sin descanso.
El jefe de la estación, cansado de los disturbios y la suciedad que provocaban las palomas y gorriones, decidió instalar el “alcón-J355”, un artefacto electrónico que emitía sonidos de aves rapaces. El resultado fue óptimo, hacía meses que habían desaparecido los provocadores.
Un halcón, parado en lo más alto de la torre, buscaba a sus víctimas. Había descubierto la verdad hacía tiempo, se había adentrado en la vieja cúpula al escuchar los gritos de un colega y descubrió que se trataba de un artilugio.

Distinguió su almuerzo desde la altura, se preparó a realizar el vuelo certero… antes, se dijo: todo lo que escuchas es tan verdadero como quieras creerlo.

sábado, 20 de agosto de 2016

La armonía

Sentada frente a la ventana, miraba sus ajadas manos. El reflejo en el cristal le mostraba sus blancos cabellos, las arrugas de su rostro, el paso del tiempo. Sus ojos ya no eran los de antes, intentaba ver más allá y sólo podía pintar figuras en su mente. La juventud la había dejado, intentó muchas veces rehusarse a la llegada del ocaso, no pudo evitar lo inevitable.
Había nacido, crecido, vivido y envejecido en la misma casa. Hoy la memoria le hacía recordar lo olvidado. Siempre le habían dicho: es más fácil evocar el pasado lejano que la cercanía del ayer. No lo creyó… hasta aquella tarde.
Recordó sus primeros pasos, los brazos de su padre esperándola, la voz de su madre alentándola. Recordó las tardes de despreocupados juegos en el jardín, los gritos de sus hermanos, la reprimenda de su abuelo. Recordó el primer beso en el atrio, el dulzor de los labios de su primer amor. Recordó la fiesta de casamiento, a cada uno de los invitados, los acordes del vals que bailaron. Recordó la dicha del nacimiento de sus tres hijos. Recordó todo feliz instante.
Absorta en sus recuerdos le llegó la melancolía. No supo el motivo, quizás fueron las paredes enmohecidas o la grieta que vislumbraba en el techo. Su mirada se llenó de sombras, sus labios dejaron la jubilosa mueca y sus comisuras buscaron el piso. La luz que entraba por la ventana mutó en tinieblas. La memoria se le tornó áspera, no quería sentir aquel dolor, aquella acritud… una vez más no pudo evitarlo.
Sabía que habitaba un cuerpo que iba a dejar la vida, como tantos otros que había visto partir. Recordó los llantos de su madre al partir su compañero. Recordó sus propios llantos en la misma pérdida. Recordó el beso en el atrio de su único amor, el dolor de su inusitada ausencia. Recordó el casamiento con su obligado prometido. Recordó el sufrimiento de cada parto. Recordó la angustia de la primera caída de sus hijos. Recordó todos los destierros. Recordó… recordó… recordó que estaba vieja.
Sentada frente a la ventana, un extraño sueño se fue apoderando de su existencia. Había repasado su vida, los momentos alegres y los de profunda tristeza. Sus ojos descubrieron nuevamente las figuras que jugaban bajo el sol. Sus labios esbozaron una sonrisa, elegía quedarse con la armonía de aquel acto. Soñó el futuro de aquellos… sus seres. Se durmió en la felicidad.

miércoles, 17 de agosto de 2016

Prima Opera

Ja… esa sería mi primer y desacorde expresión. Primera vez, miedo, ansiedad, aprensión, ilusión, todo junto; todo junto me es mucho para digerir de una sola vez.
Escucho rítmicos gritos, divinos acordes, siniestros sonidos. Todo está dentro de mi gusto, todo fuera de mi entendimiento.
Una señora emite graves e inquietantes alaridos. Un popurrí de gentes agudas me llevan a sueños insoñables. No entiendo, no necesito entender, necesito dejarme ir.
Mi oído se revuelca en lo que oye, mi mente se suspende en el acto de escuchar. Voces más allá del canto, música más allá de la armonía. Sí, todo me es armoniosamente caótico.

Disfruto cada medido centímetro de la partitura invista, de cada sonido escuchado, de cada voz insospechable, de cada tono entonado. Amé el acto, amé la ejecución, amé la obra… Amo “La Opera”.

Zapatero a sus zapatos

Con paso lento bajaba por la empinada calle que lo conducía a la plaza del pueblo, venía perdido en sus pensamientos, estuvo a punto de caerse un par de veces. Esa tarde, sin quererlo, lo involucraron los hechos más que las palabras. Estaba en su taller trabajando tranquilamente, un ruido ensordecedor lo despertó de su monótona tarea. Remendar zapatos hacía mucho tiempo que se le había hecho casi insoportable. Se podría decir que además del cura era el hombre más culto de aquellos parajes. Tenía tantos libros leídos como suelas cosidas.
Así, tratando de encajar todas las piezas, venía bajando. El estrépito, los gritos que lo sucedieron, la gente corriendo por las calles. Fue todo tan confuso que no podía hacerse una verdadera imagen de lo sucedido.
Llegó a la plaza, pensó unos instantes ¿Debía dirigirse a la iglesia o a la comisaría? Golpeó la vieja puerta de la única posta policial en kilómetros. Lo espetó el secretario del comisario.
—¿Quién molesta a esta hora?
—Soy yo, Giuseppe, el zapatero. Necesito hablar con el jefe.
—Que necesidad de golpear la puerta, hombre. Pase directamente, usted bien sabe que los amigos del jefe son amigos de la casa.
—Yo hablo con el comisario, usted mientras tanto cruce la calle y busque al cura que lo vamos a necesitar —Lo dijo con tal certeza y voz de mando que el policía salió corriendo hacia la iglesia.
Entró tan tranquilo como pudo, se aproximó a la puerta del único despacho del edificio. Estaba seguro que su amigo se incomodaría con su sorpresiva visita, estaba mucho más seguro que lo que tenía para contarle lo incomodaría mucho más.
No tenía idea porque habían creado esa relación de amistad. Cuando Gian Carlo Rossi, llegó al pueblo a ocupar su ilustre cargo, tuvieron muchas diferencias. El recién llegado era un hombre afable, de buen carácter, alegre, independiente y algo chabacano en su hablar. Giuseppe lo catalogó como una persona frívola. Si bien, el zapatero, no tenía ningún cargo en la Administración local, siempre habían acudido en su ayuda, ya sea para resolver el robo de una gallina como así también el destino de una herencia. Lo consideraban un hombre justo, y el también pensaba lo mismo de sí. Rossi, menospreció sus habilidades tantas veces como su corta lucidez pudo. Sin embargo, con el tiempo aprendieron el uno del otro, podían ser de mutua ayuda. El remendón aprendió que no era tan necesario como creía y el policía reconoció que le era de mucha ayuda. Jamás se lo dijeron, no fue necesario.
—Gian Carlo, amigo, Rossi, hola —Se desparramó en la silla mientras saludaba.
—Qué sorpresa… me asustas con esa cara desencajada que tienes.
—¿Asustado? Tengo tanta pavura que ni correr pude. El miedo te ata las piernas, los cordones de los zapatos, no podía mover un pie sin pedirle permiso al otro.  
—Ahora me asustas de verdad. Tomemos un café y hablemos tranquilamente. ¡Alfonso! ¡Dos cafés bien cargados!
—No te molestes, Alfonso fue a buscar al párroco, yo se lo pedí.
La cara del comisario se transfiguró. Pasaba algo realmente incomprensible que ameritaba aquella reunión imprevista. El párroco, el zapatero y él mismo; todos juntos y sin aviso. El silencio se apoderó del despacho, se hizo incómodo. Los golpes a la puerta hicieron que salieran de sus pensamientos. Uno estaba absorto en la escena vivida, el otro imaginando.
—Permiso, permiso —Dijo Alfonso en el alfeizar.
—Adelante, tengo entendido que no vienes solo.
El ayudante se hizo a un lado y dio paso al cura que entró y se acomodó en la silla junto al zapatero sin esperar la invitación de rigor. También intuía algún tipo de descalabro.
—Buenas tardes, Gian Carlo. Buenas tardes, Giuseppe. ¿Quisiera saber a qué se debe está locura de hacerme salir corriendo de la iglesia cuando falta tan poco tiempo para comenzar la misa vespertina?
 —Perdón Padre, pero la situación lo amerita —Dijo muy directamente el zapatero.
—Despache que no tengo mucho tiempo, y creo que el comisario tampoco. Espero no sea alguna de esas locuras que se le ocurren de vez en cuando.
—Descuide. Cuando les cuente lo sucedido, van a concluir que es algo de temer.
—Basta de vueltas, hombre. Me tienes desconcertado desde que llegaste. Apura la explicación y deja las vueltas —Exclamó el oficial.
—No se alteren. Ya comienzo a contar, todavía estoy tratando de salir de mi estupor.
Se miraron, lo miraron y no dijeron ni una sola palabra, se quedaron a la espera del, seguramente, tedioso relato.
—Alfonso… dos cafés bien cargados y un té —Ordenó el jefe, sabiendo los gustos de los participantes, y esperando con sus gritos despertar al relator. Lo consiguió, fue así como logró que el remendón empezara a contar la historia que los había juntado.
—Estaba muy tranquilo, cosiendo un par de zapatos viejos, de la señora Aurelia ¿La conocen a Aurelia? Aurelia, la señora que vive al otro lado del pueblo, tiene una pequeña casa con flores en el jardín, la viuda, que el hijo se llama…
—Basta Giuseppe, basta. Conocemos a cada persona que vive por aquí, no hace falta tanto detalle —Se despachó el sacerdote algo nervioso.
—Perdón Padre, perdón.
—Ya deja de pedir perdón, si necesitas perdón ve al confesionario, hombre. Cuenta lo que tienes que contar o deja que siga con mis ocupaciones.
El cura del pueblo, el Padre Antonio, se había recibido como Doctor en Teología de la Pontificia Universidad Gregoriana.  Sus superiores pensaron que podía llegar a obispo si  se lo proponía, tenía todo lo necesario para serlo. Algunas desavenencias con la cúpula eclesiástica, lo confinaron a un pueblo perdido.  Más de cuatro decenios aprendiendo a ser pastor de almas, lo habían llevado a ganarse el corazón de sus feligreses.
—Bueno, continúo. Estaba remendando los zapatos -de Aurelia- en mi taller, que como bien saben está a tan sólo tres empinadas y malditas cuadras de donde nos encontramos ahora. No viene al caso ¿Por qué al último intendente se le ocurrió cambiarle el nombre a mi calle? Nadie me explicó porque ahora debía llamarse Garibaldi en lugar de Alighieri. No consultó a ni uno de los vecinos de la calle —En las caras de los convidados a la reunión se empezó a entrever como la impaciencia se convertía en ira.
Quizás debería haberlos puesto, a ustedes lectores, mucho antes en situación. El pueblo en el que sucedieron tan inimaginables hechos, no contaba con más de cincuenta manzanas, con una amplitud que seis y una longitud de ocho cuadras. La calle principal, donde se ubicaba el taller, dividía al pueblo en dos y se deslizaba desde las colinas hasta el mar. Es decir, que el taller del zapatero se encontraba exactamente en el centro del pueblo. La comisaría y la Iglesia a una cuadra del mar, frente a la plaza. Era un lugar hermoso, de construcciones antiguas, donde el barroco había tenido tanta influencia que no se notaba el paso del tiempo. Calles empedradas y casas de color ocre que el tiempo se empecinaba en conservar. El clima era benévolo en invierno y verano, el cambio de estaciones era tan imperceptible que sus habitantes usaban el mismo tipo de ropa todo el año. La vida en aquel dantesco paraíso nunca tuvo demasiadas sorpresas. Las muertes, salvo alguno que otro desafortunado accidente,  solían suceder por causas naturales. Los pleitos se arreglaban en la parroquia o entre parroquianos, y la policía estaba tan pintada como un cuadro de Miguel Ángel. El suceso más peculiar de la última década fue cuando un turista atropelló un par de cabras y pasó cuatro horas en el calabozo hasta que pagó el valor en liras al dueño de las mismas.
Espero sepan disculparme si me explayé más de lo debido, mi intención no fue impacientarlos, no quiero convertirme en el responsable de vuestra ansiedad distrayéndolos del alegato del tercero en discordia. Los dejo con su relato.
—Ya me tienes un poco… impaciente, Giuseppe —Con voz suave, se expresó el policía, sabiendo que no eran bienvenidos sus exabruptos. 
—Tienen razón. Pero me sobrepasan los hechos. Intentaré ser todo lo breve que pueda ser.
—Si es breve y bueno, dos veces bueno. Si es extenso y bueno, tres veces olvidable. Si es breve y malo, cuatro veces maldigo. Si es extenso y malo, solo una vez "te mato" —Reflexionó  Rossi en voz alta.
—Señores, si me van a escuchar escuchen, sino aténganse a las consecuencias. Usted Padre, de todas formas va a tener que preparar mucha agua bendita. Usted, saldrá corriendo con sus juguetes de metal. Escuchen… escuchen.
Las moscas dejaron de volar, el viento se inmovilizó, los pisos terminaron de crujir, las cortinas se paralizaron, el reloj dejo de marcar el tiempo, cuatro ojos se miraron desconcertados. Todo eso ocasionaron las palabras pronunciadas.
—Como venía diciendo, me encontraba en mi taller, remendando unos zapatos, sí los de la señora Aurelia —Miró a sus dos oyentes haciendo una pausa como para darle más énfasis a sus palabras —Escuché un ruido que parecía venir del infierno, jamás en mi vida había escuchado algo así. Dejé la aguja clavada en el zapato, me acerqué a la puerta. Algo, alguien pasó corriendo ante mí. Al principio pensé en un fantasma, cuando reconocí su figura di cuenta que se trataba de mi vecina, una señora que hace rato no está en su juventud pero aún seguía conservando una figura que daba que mirar y hablar. No se hagan los distraídos, Padre, sabe bien de quien hablo, y usted mi amigo, más de una vez reparé como sus ojos se desviaban a su paso. No es pecado ¿o sí? mis ojos nunca quisieron desviarse.
Me acerqué a la puerta de su casa, desde el pórtico, pude distinguir dos figuras, masculinas a mi parecer. Uno completamente desnudo, el otro… todavía no sabría decirlo. Uno parado y el otro arrodillado. El suplicante imploraba en sollozos. El castigador reía a carcajadas. Apuntaba con un largo puntero a la cabeza del desvestido. Yo seguía paralizado en el umbral, no me atrevía a dar un solo paso más. Sin sospecharlo la escena cambió abruptamente. Una figura, aparentemente de mujer, apareció por detrás del subyugante y le propinó un golpe en la cabeza con algo que parecía un bastón, hizo caer de bruces al desdichado. El desnudo se levantó, tenía una figura demasiado extraña para ser hombre. Es una mujer dijo mi mente al descubrir unos incipientes pechos en la oscuridad, es un hombre me reprochó la psiquis al percibir su desnudez, es un fauno me anunció la imaginación al reparar en su totalidad. Señores, no sé de qué se trataba, su cuerpo era de un color rojizo, sus pies no eran humanos, de su cabeza brotaban más que cabellos. Pude romper el miedo y entré a la casa a los gritos, empuñando la cruz que siempre llevo colgada en mi pecho. Cuando estuve lo suficiente cerca, lo único que alcancé ver fue a un hombre tirado en el piso, una escopeta a su lado, una mancha de sangre y… nada, absolutamente nada más en aquella habitación. La gente comenzaba a agolparse en la puerta. Di media vuelta e intenté llegar tan rápido como pude, llamé a ambos a una reunión, me dieron un delicioso café, y a duras penas me dejaron terminar mi historia. 
El policía se levantó de su silla e increpó al zapatero.
—¿Cómo pudiste ser tan tonto? Nos tienes hace media hora con tus vueltas, alguien evidentemente se encuentra herido y Dios quiera que no sea algo peor ¡Corramos hacia allí! —Exclamó el viejo policía.
De camino al lugar de los hechos, se encontraron con varios vecinos que bajaban corriendo la calle en busca de la autoridad. Todos ellos al ver la caras de preocupación de los tres personajes, intuyeron que sabían los sucedido. Al llegar a la casa, entraron con premura. Ya se encontraba en el lugar el médico del pueblo. En el piso seguía el cuerpo. Según supieron de boca del galeno, la persona se encontraba muerta, el golpe no había sido mortal, pero sí la caída. Aparentemente su cabeza había pegado contra el borde de una mesa de mármol, destrozando su sien. Del resto de las personas involucradas, ni rastros. El comisario interrogó a cada uno de los vecinos, nadie vio salir a nadie. No se encontraron huellas ni ropas de nadie más que de la dueña de la casa. Solo un pequeño detalle, un tanto inusual, la escopeta había sido disparada pero no se encontraron los perdigones por ningún lado. A la bella señora, dueña de la casa, la buscaron durante varios días, luego se emitió un pedido de captura, no la pudieron encontrar jamás. Del fantástico relato del zapatero nunca se habló en público. El cura baño la casa con agua bendita y todavía sigue rezando. El comisario dio el caso por cerrado, tenía una asesina y una víctima.

miércoles, 10 de agosto de 2016

Amanecer

La miro. Mis ojos no se pueden despegar de su pecho. No me jodan, el alma está cerca de las tetas, así como el deseo próximo al culo, la sensualidad alrededor de la boca y la ternura en los ojos.
Está tirada sobre unas mantas en el piso del atelier. La luz del amanecer, entrando por las grandes ventanas, ilumina todo su cuerpo. Soy un voyeur inesperado.
No puedo dejar de admirar su espíritu, está lleno de vida. Si despierta, pensará que acecho sus deseables pechos; estoy contemplando su sustancia. Me siento un violador, un aborrecible degenerado que rompió los límites de sus entrañas. Debía ser tan solo una noche, una noche de enredos carnales, sólo eso. Hubo deseo, pasión, sensualidad, y al final, en la culminación y en el principio del amanecer, apareció el sentir. Puta alma que te revelas en este momento. ¿Qué puedo hacer con esta luz que me completa? No es el sol traspasando las ventanas; es su pecho el que me ciega, el que irradia la claridad, el que destella. Es Ella.
Siempre preferí las penumbras, es un lugar en el que me muevo bien. La noche me deja ser quien no soy, la mesa oscura de un bar me permite desparramar mi elocuencia, convertirme en un intérprete de palabras y creaturas, un actor de la seducción, un desenamorado del amor.
No lo sabe, pero su cuerpo no me enamora, y aun así miro sus tetas… su alma, y es allí donde me pierdo. No tiene derecho.  
No quiero despertarla… no quiero despertarte. Un deseo más grande que mi ego desea cada espacio de tu existencia. Odio todo lo que pudiste hacer en pocas horas, adoro todo lo que me haces ser.
Es difícil mi decisión; te despierto con un desayuno. Arrodillado junto a ti, te acerco una tostada a la boca, mi café no es muy bueno. Luz… me deslumbras. Tu corazón late descontrolado. El mío que no tenía ritmo, hoy lo encontró.

martes, 9 de agosto de 2016

El adiós

Desnudos, en la cama, su cabeza se apoyaba sobre mí pecho, teníamos un buen rato en esa posición, así, de cuerpos encajados en perfección. Me di cuenta de su silencioso goteo cuando sentí la humedad de sus lágrimas bañando mi cuerpo. No entendí porque lloraba, le pregunté. Entre sollozos me respondió que no le pasaba nada. Intenté descubrir con todas mis fuerzas la razón del dolor. Hice la misma pregunta infinidad de veces ¿Qué te pasa? ¿Por qué lloras? Recibí siempre la misma e inquietante respuesta: nada. Me carcomió la sensación de verla tan lejos, me abatió, me dejó agotados los sentidos.
Me dejé llevar por un instante, soñé despierto, la imagine toda su vida a mi lado. Pensé que me amaba. Posé mi mano sobre su cabeza, yo también la amaba. Ya se lo había dicho tantas veces y de tantas formas que probablemente había sonado estúpidamente cursi. Me equivoqué el primer día y el último. Recordé cada instante de nuestras luchas, de nuestros acuerdos. Era mi loco corazón el que no quería olvidar, el que no quería dejar que la memoria arrincone sus recuerdos en un cajón, el que no quería perderla.
Terco y estúpido, repregunté una y otra vez. No quería, no podía, no soportaba la triste realidad. No salían otras palabras de mi boca, empecinado en saber una verdad que ya sabía. Nada, volvió a salir de la suya.
Acaricie su pelo, el que siempre me encantó. Acaricie su cara, la que siempre me gustó. Acaricie su espalda, la que siempre me fascinó. Tomé su mano, la que tantas veces quise tener conmigo. Mire sus ojos, los que siempre me enamoraron.
Mi reina, mi diosa. Fuimos músicos, pintores, poetas, escritores, actores, filósofos, esposos y amantes. Broncas, risas, besos, desencuentros, charlas, llantos, miradas, caricias, reproches, e inagotables caminatas de juntas vidas.
Me di cuenta. También me derramaba en secreto, sollozaba en  silencio, un silencio tan profundo que poseía y oprimía cada fragmento de mi existencia… entonces entendí su desagote, comprendí lo que no se animaba a decirme. Dije una estupidez, necesitaba desviar mi pensamiento, su pensamiento. No quería…amor, no quería lo inevitable. Fue inútil.  
Cansino, como queriendo detener el tiempo, me senté al borde de la cama, comencé a vestirme. La miré mientras tomaba sus ropas y lentamente las iba ubicando en su cuerpo. No nos dijimos ni una sola palabra más. Era un hecho, sabíamos lo que se avecinaba, lo ineludible, aquello de lo que pretendíamos escapar.
Un beso, una sonrisa, y la certeza de que nos estábamos haciendo promesas que no cumpliríamos. No Fuimos capaces de decirnos adiós, no pudimos, no nos dejamos.  
Diez, fugaces y eternos años. Fue la última vez que me regalo su tonta sonrisa. El adiós que nunca nos dijimos es el único recuerdo que quiero no recordar. Porque… aunque quisiera, aunque me obligase, aunque lo necesitase, jamás podría dejar de extrañar cada milímetro de su esencia.

jueves, 4 de agosto de 2016

Cuatro años, 192 días… una vida

Se encontraron, como todas las semanas desde hacía cuatro años, en la esquina de la plaza. Se dieron el beso de rigor, se tomaron de la mano y caminaron en silencio rumbo al bar que quedaba apenas a media cuadra. Entraron. Se sentaron en una mesa junto a la ventana, siempre elegían ese lugar, saludaron desde lejos a Juancito - el mozo - y se miraron. Habían pedido lo mismo en todos sus encuentros, por esa razón, cuando Juancito se acerco pregunto si les traía lo de siempre. Recibió una respuesta inesperada, Fernando le dijo que además le trajera un whisky. Agostina había notado algo distinto, algo raro, no sabía con precisión que podía ser, no llegaba a percibir en su totalidad el ruido en su cabeza. El pedido de Fernando terminó de confirmarlo, iba a ser un día extraño.
—¿Qué te pasa?—Preguntó para intentar entender.
—Nada—Contesto él amargamente.
Ella se quedo callada, él la miro más dulcemente que nunca. La tomó de las manos.
Se sentía en el aire que algo deseaba decirle, pero no se animaba, no le salían las palabras, solo la miraba a los ojos. Y de repente, sin preámbulo alguno, se despachó.
—Te amo, estoy completamente enamorado de vos, no aguanto tenerte lejos, no soporto extrañarte, te quiero y quiero que estemos juntos, me desespera.
Acababa de romper todas las reglas que se habían impuesto el día que se conocieron. Reglas que le resultaron lógicas en su momento, reglas que en su interior pensó que ella sería la primera en romper. Y hoy, cuatro años más tarde, las despedazo en una sola oración. No era algo que se le había ocurrido ahora, desde el tercer encuentro lo quería decir, su cobardía, o el hecho de que podría perderla hicieron que no se animara.
Agostina lo miro atónita, había esperado que se lo dijera mucho tiempo atrás. Hoy resonaba a tardío. Cuando se conocieron era una mujer infelizmente casada, muchas noches pensó como sería dormir con Fernando, fue tanto su penar que terminó dejando a su esposo. Ese hubiese sido, pensaba ahora, el momento oportuno para que él lo dijera.
Entonces, llegó el reproche.
—Fer ¿en qué pensás?¿Esperaste hasta hoy, hasta este día para decirme algo así? El viernes me caso nuevamente y con un hombre al que quiero. No te entiendo. Me querés cagar la vida. Vos no querés que sea feliz.
Fernando sintió que perdía todo, ella quería a otro hombre, a su futuro esposo, no lo había visto venir. Se sintió un idiota. La había cagado. Lo único que pensaba era que no la iba a ver más. El pánico se le hizo presente, sus manos transpiraron, su boca intentó moverse, pero sus labios solo balbucearon incoherencias. Quería decir algo. Esperaba… la miraba perplejo.
—¿Vas a dejar a tu esposa por mí?—Le inquirió ella sin razonarlo.
Fer, respiró, ahora podía contestarle. Tenía suerte. Era una pregunta, que en su mente, se la hizo muchas veces.
—Si—Solo eso salió eso de su boca.
Fue un revuelo de sentires, las lágrimas se asomaron en el alfeizar de sus ojos. No podían dejar de mirarse. Ella dio se dio cuenta de la situación y quiso ponerle un fin.
—No podemos…Fer… no podemos, te odio… entendemé, por favor.
—Te odio, te odio ¡hijo de puta!...te amo—lo dijo con un llanto de desconsuelo. Fernando no atinaba a calmarla.
Juancito que miraba la escena desde la barra, no entendía, siempre fueron clientes que pasaban desapercibidos. Solo se ocurrió que hoy no tendría la buena propina de siempre, se dio cuenta que era una mierda. Después de tanto tiempo de verlos juntos, era lo que menos importaba. Se acercó a la mesa con un par de tazas de café, les dijo que iban por su cuenta. Lo miraron y sonrieron. Se quedó más tranquilo.
No hubo una sola palabra más entre ellos, se levantaron, él pagó la cuenta y dejó la mejor propina en cuatro años. Salieron juntos de la mano.
Fue la primera vez que no volvieron a dormir a sus casas. Se despertaron juntos. Se rieron. No se conocían así, despeinados, con mal aliento, ojos hinchados, todas esas cosas que no tenían el romance que habían vivido.
Agostina, es una mujer feliz. Fernando es un hombre feliz.  Juancito los recibe cada viernes con un sonrisa.

miércoles, 3 de agosto de 2016

Carta al amor, las ilusiones y las cadenas

Te quise, nunca supe bien porque, hasta el último día me hiciste sentir indeseable. Me ilusioné, me ilusionaste. Me puse anteojos de colores para ver lo que no eras. Teñí todo color de amor para hacer nuestra vida soportable. Y por cambio recibí la amargura, la angustia de sentirte en otros besos, los dolores del cuerpo, la soledad de transcurrir nuestro viaje solitaria. Estabas viajando muy lejos, un viaje en el que no te podía acompañar. Para el viaje de la vida, para el verdadero viaje, tu compañía me era necesaria. Te necesité... te idolatré… te hice merecedor de mi yo. Y tu ser, enteramente todo tu ser, me despreció y despreció la oportunidad que teníamos.  
Es un reproche, si, no lo niego, es un reproche a mí misma, a la entrega interesada del amor correspondido. A sentirme plena y sentirte pleno conmigo. No pude, no quisiste.
Ya no te espero, ya no te quiero. En las noches solía recordar nuestro día, hoy solo recuerdo nuestras tinieblas.  Me encadenaste a un ser que se me torno insoportable, y aun así en aquel momento te quise.
Soy, estoy y parezco más madura, ya no me interesa tu desprecio y tu maltrato, crecí. Soy una mujer que ahora espera, no al príncipe azul que parecías, espera al hombre que la quiera, que la malcríe, que le de las caricias que necesita, que la llene de alegría, que la haga feliz. Todos nos merecemos ser felices aunque sea una vez en la vida, contigo no lo fui nunca, fue ilusión.   

Con estas líneas pretendo dejar atrás ese funesto pasado, al escribirlas me siento liberada, me siento plena, me siento... Hoy aprendí que ya soy una mujer. 

martes, 2 de agosto de 2016

La burla

Tirado en el medio de la calle, mi cuerpo presenta los últimos signos de vida. Lo que queda de mi se retuerce, no busco ayuda, se retuerce de carcajadas imperceptibles para los transeúntes amontonados a mi lado. Quedan pocos segundos para recordar al pasado y pedir perdón por mis pecados.
Dios no existe, el pecado es una invención humana ¿Por qué arrepentirse? ¿Porque a un montón de estúpidos en manada se les ocurrió que mi vida era una mierda? Nadie puede decirme que hice bien o que hice mal, en definitiva fue mi vida. La vida que ahora se va porque era el momento más feliz de mi existir ¿Acaso, no era un buen momento para dejarla?
Mi corazón late aun más fuerte y rápido que nunca. Mi mano había buscado el arma, mi mente la había guiado. No siento remordimientos de ningún tipo. Fui ladrón, policía, embustero, religioso, pordiosero, rey, prisionero, libertino, libertador, opresor y hasta mi propio asesino.
Muchas veces terminé con míseros creyentes de eternidad, que hoy se pudren en un menjunje de tierra, carne y gusanos… un revoltijo al que todos nos dirigimos, del que no tenemos escapatoria.
Soy dichoso. No veo luz, ni ángeles, ni dioses, ni demonios, nada… eso veo, la nada misma y me regocijo. Me regocija pensar en la idiotez de todos estos ingenuos, en su inútil existir, en sus creencias inservibles, en su búsqueda de la mentira… y yo poseo la verdad. Una verdad que no van a saber en sus putas vidas. Me dan risa, me burlo.

jueves, 28 de julio de 2016

Sombra

Su silueta se recorta en la ventana. Hace tiempo que a esta misma hora lo veo en la misma postura, el en su ventana y yo aquí en mi callejón. Nos esperamos.
Siempre me dio curiosidad su quietud, llegué a pensar que se trataba de una de esas figuras de yeso que se encuentran en los escaparates de las tiendas de poca monta. Desistí de semejante conjetura, no por revelación humana o divina, simplemente porque dejaría de ser mi necesaria y diaria compañía. Esta es la hora en que nos miramos, la hora que nos pensamos, la hora que nos añoramos. No sabemos de preguntas, no sabemos de respuestas, nos comprendemos.

La noche me aqueja, debo dejar mi morada de cartones antes del amanecer, los vecinos se molestan si me ven durmiendo en la calle. Hasta mañana mi gato de sombra…hasta mañana.

miércoles, 27 de julio de 2016

Fabula de las habilidades

Una tarde se encontraban, a la vera del arroyo, la liebre y la serpiente deliberando sobre sus destrezas.
—Yo puedo correr a gran velocidad —dijo la liebre.
—Y yo puedo subir a los árboles fácilmente —expuso la bicha.
—Pero nadie escucha a más distancia que yo —se despachó la orejona.
—Eso no es nada, yo puedo escabullirme bajo cualquier cosa. —proclamó la ofidia.
—Se camuflarme en el follaje y permanecer invisible —observó la corredora.
—Puedo ser tan silenciosa que no me escucharían ni aun estando cerca —declaró la víbora.
Y así estaban, enumerando sus muchas competencias, cuando de pronto y sin aviso, apareció un cazador, que con sólo dos certeros disparos abatió a las parlanchinas.

El señor sapo, que vio toda la escena escondido en su agujero, miró a la señora sapo y le dijo: ¿Viste vieja? De nada sirve alardear de tus habilidades si no sabes utilizarlas en el momento adecuado.

viernes, 22 de julio de 2016

El Tano

Noticia
Rosario de Tala, Entre Ríos.- Giovanni Maccarrone, dueño de la fonda “El Siciliano”, se encuentra demorado en la comisaría 1era de esta localidad tras un confuso altercado en su local. Al parecer el propietario, de origen italiano, arrojó a uno de sus comensales una fuente de polenta caliente. El damnificado se encuentra en buen estado de salud, presentando solo algunas quemaduras leves y un golpe en la cabeza. La policía sigue investigando las causas de tan desmesurado hecho.

Sainete
Tano: —¡Entrerriano panza verde! Si ti vuelvo a vedere di nuovo mirando a la mia figlia ti ammazo. (Grita en cocoliche.)
Comensal: —¿Qué decís gallego loco? No se te entiende nada.
Tano: —Galego, galego io…. ma figlio puttana. (Se pone colorado de furia. Con ademanes de loco y una voz chillona envía a su hija a la cocina.)
Tano: —Antonia vai a la cucina, vai… vai... caraco…
Antonia: —Papá, este hombre no hizo nada, solo me pidió un plato de comida. No entiendo porque estás así. Además ya soy grande y se cuidarme solita.
Comensal: —Es una guriza, gaita. No te la estoy mirando. (Lo dice con sonrisa socarrona.)
Tano: —¿Ti gusta la ñanduza? ¿Ti gusta?. Ti vado a dare pacarito a vo. (Arrebata la olla de polenta con pajaritos de las manos de su mujer y la arroja sobre la cabeza del hombre que lo mira azorado. Batifondo, desorden, gritos y el paisanaje que sale corriendo a llamar a la policía.)

Carta a Giuseppe  (Traducción del italiano original)
Rosario de Tala, 17 de marzo de 1938
Querido hermano,
Te escribo para contarte que nos encontramos todos bien de salud. Sin demasiadas vueltas te cuento que he sufrido un pequeño contratiempo. He estado unos días preso en la comisaria. Un desgraciado la estaba pretendiendo a Antonia. Imaginarás que no podía permitirlo. Este entrerriano malnacido ha venido a mirármela frente a mis propios ojos. ¿Tú lo hubieras aceptado? Tengo en claro que es bella, atrayente y está bastante crecida, pero véase semejante descaro y en mi misma cara.
A los postres no llegó. Le planté una olla con polenta sobre la cabeza, lo que no le ha dolido de caliente, le ha de haber dolido del golpe que se ha llevado. Se armó un revuelo muy grande y la gente salió corriendo a llamar a la policía. Se aprestaron rápidos como rayo y me llevaron a la comisaria. Gente bruta, no entiende nuestro idioma, y así que no pudiendo explicarles la razón y el descaro de este personaje, me dejaron en el calabozo. A los pocos días me soltaron, con el pago de una multa y la promesa de no volver a hacerlo. Santa Madonna.
Desde ya, rezando para que te encuentres bien, quedo a la espera de noticias tuyas.
Recibe un fuerte abrazo y cariños de todos aquí.

Giovanni


miércoles, 13 de julio de 2016

Bitácora de dos mundos

Aquel verano fuimos al sur, al sur oeste para ser más preciso, fuimos a pescar. La provincia de Neuquén nos era conocida, habíamos ido muchas veces en nuestras excursiones. Siempre encontrábamos lugares nuevos que descubrir. Esta vez, no fue un lugar más. Adentrándonos entre cerros y ríos, descubrimos una cueva, era un buen lugar para tomar un descanso y almorzar. Apenas entramos me sentí extraño, invasor.  En la saliente de una roca, en un agujero, encuentro un viejo libro. Lo abrí, era un diario, una bitácora, casi inteligible, tenía muchos años en aquel escondite. Algo pude leer:
“Había llegado a estas tierras huyendo de Buenos Aires. Jamás imagine que también me encontraría escapando de aquí.
La vi por primera vez una mañana en la que el sol, como de costumbre en esta época del año, calcinaba mis sienes. Estaba parada con su tez trigueña, su nariz aguileña, sus cabellos al viento y sus ojos de obsidiana. Estaba mendigando comida, le habíamos robado su mundo. Su nombre tehuelche, en cristiano, significaba “Pequeña Ave de Sol”. Fue el sol y el ave, me acerqué, le hablé.
Al abrigo de nuestros pequeños encuentros nació, se engendró, explotó. Somos  Ave y Árbol.
El temor me corroía, nadie debía vernos, nadie debía saberlo. Su pueblo me aborrece, el mío anhela su desaparición. Teníamos que perdernos del mundo para encontrar nuestro lugar.
Las estrellas nos guiaron en nuestro rumbo, huimos al oeste, hacia las montañas, hacia el propio destino.
Ochenta leguas al oeste del Río Colorado, a los 20 días del décimo mes del año 1868 de Nuestro Señor Jesucristo.”
Lo cerré, lo volví a dejar en su lugar. No le conté a nadie de mi hallazgo. Era su hogar. Nunca sabré la historia completa, me basto saber lo que lo que supe.
Un buen verano de pesca, un buen verano…

sábado, 9 de julio de 2016

Mei

Llegué al mundo sin un destino. Mi familia era pobre, tan pobre que solo comía unas pocas veces a la semana, y lo que comía no era digno. Mis años de infancia transcurrieron en una pequeña habitación donde mi madre gritaba y mi padre embriagado soñaba una vida mejor. Pertenecía a un pueblo que vivía oprimido por su soberano. A los nueve años me llevaron a la ciudad, en una habitación olvidable, mi progenitor me intercambio por unas monedas. Lloré hasta que me dolieron los ojos, no sería la última vez que me venderían. 
Mi cuerpo dejó de ser mío. Vomito innumerables veces. Manos grasientas que me recorren. Lenguas húmedas que me queman. Caracoles que me impregnan de su inmundicia. Me hieren, me llenan con carne y piel. Gritan, grito.
Me acostumbré, que estúpida es la costumbre, no sirve para olvidar. Pasaron varios años desde el primer dolor. Ya se me hace más fácil, ya no siento. Mis ojos se pierden en el techo sin mirar. Mi cuerpo perdió toda sensación, mi mente se durmió, solo sueño.
Sueño, quizás como mi padre, tener una vida mejor. Alguien que no me toque y me abrace. Que me sea lindo… nunca tuve nada lindo, ni siquiera cuando pensé que lo tendría.
Hace varios días que tengo nauseas, no son las mismas de siempre, las de repulsión. No quiero contarle a nadie, estoy aterrada. Sospecho que llevo en mí a alguien más, si la señora Li lo descubre estaría perdida. No sé cuánto tiempo podre ocultarlo, recurro a otra chica para que me ayude, me da de beber unas hierbas y me dice que en pocos días voy a estar bien. Nada ocurre, mi vientre sigue creciendo.
Un cliente se queja, Li me increpa, vocifera que ya no sirvo. Salgo por primera vez en muchos años de mi palacio, me lleva hasta un lugar horrendo, me para frente a un hombre, saca mis ropas, aprieta mis senos y mis muslos, insiste en mostrar mis dientes y mi intimidad. Siempre me sentí sucia, aquella vez me sentí peor. Discuten, finalmente el hombre toma un puñado de yuanes de una caja, los cuenta y se los da a Li. La señora le entrega mis pertenencias y se va.
Violada, sigo allí parada, el señor me mira hasta con asco. Me dice que ahora le pertenezco, acepta ayudarme pero debo pagarle. Me tira la ropa en la cara, y sin dejar que tape mi pudor me conduce a otra habitación. Me encuentro con otras chicas.
Mi vientre sigue creciendo y aun así debo pagar. Un alma pide a gritos abandonarme, llegó el momento. Las chicas se arremolinan ante mí, una anciana me mira con remordimiento. Gritos de dolor no carnal, presiento lo que se avecina. Termina rápido, lo que sentía mío ya no lo es. La anciana se lleva las telas ensangrentadas, se lleva mi otro yo en llantos.
Ya no soy tan refinada, soy joven, conté diez años desde mi último cumpleaños festejado, quizás ye se empiezan a notar las penas en mi cuerpo, los clientes ya no me elijen con tanta frecuencia. ¿Ya pagué?
Recogen mis cosas, me las entregan en una bolsa y me dicen que es hora de irme. Salgo por primera vez en muchos años de mi prisión. Perdida, camino sin rumbo. Ya llevo horas así y me duermo en un callejón. Me acaricia, me mira con piedad, su piel ajada, sus manos arrugadas, sus ojos suaves  son la primera expresión de ternura que veo en siglos. Me invita a seguirla; la sigo.
Había sido una princesa del placer, me convertí en una mendiga de la vida. Mi madre, la que esa noche me dio vida, nunca preguntó nada. Me llevó a su pocilga, me dio un plato de agua negra caliente, me reconfortó. Me presentó hermanos y hermanas, todos tan perdidos como yo.
Le pagaré. Es lo único que sé hacer… pagar. 

9 de julio

Hace muchos… muchos años… tenía apenas 10 (primaveras, veranos, inviernos, otoños). Escribí un cuento para el día de nuestra independencia. Un naranjo en la casa de Tucumán y una naranja que veía todo lo que sucedía en su morada. Caí ya en su madurez, le contaba a los niños, que la tomaban, la histórica reunión.
Poco tiempo después conocí a un grande de la literatura, Manuel Mujica Láinez. Un vecino de mamá era amigo y compañero de trabajo de su hijo. Me llevaron, junto con su mujer, a una cena en la casa. Nunca me imaginé encontrarme en la mesa con el autor de “Misteriosa Buenos Aires”. Imaginen  a un niño estando en el mismo lugar con la persona que escribe los cuentos que se leen en su escuela. Una cena bastante formal, muy educada diría hoy. Le miro las manos, me impresionan sus anillos gigantes, estamos sentados en el living del departamento, yo en su regazo contándole de la naranja. Como todo grande me escucha atentamente, se sonríe y me dice que voy a llegar ser un buen escritor. Una persona gigantesca, un ídolo para mí. 
Hoy hablé con mi madre, quería sacarme la duda de que no solo haya mi imaginación de niño, no lo fue, me confirmó la historia y me contó algunas cosas más.
Todo esto lo digo porque a veces estamos destinados a hacer cosas a las cuales nos resistimos. No sé si puedo ser un buen escritor, pero no me voy a resistir. Saldrá pato o gallareta, pero lo voy a intentar. Me llevó años entender, la gallareta en guiso en tan buena como el pato...

Lo sueños quedan en sueños, solo si no somos capaces de hacerlos realidad.

miércoles, 6 de julio de 2016

El círculo de Shanghái

Última noche en la ciudad. Exótica, revuelta, convulsionada, impredecible, encantadora, Shanghái. Dejo mi maleta preparada sobre la cama del hotel y salgo a caminar con la única razón de no quedarme solo, mi última noche y mi primera vez. Recorro las avenidas más importantes. Sabiendo que los extranjeros no somos bienvenidos me adentro en una calle lateral... mi perdición.
Mai, Mien, Mein (todavía no aprendí a pronunciar su nombre) me ataca, con sonrisa irresistible y voz de miel me invita a placeres desconcertantes. Fui fuerte, rechacé cada uno de sus embates. En mi soledad, le propongo que sea mi lazarillo, que me guíe por la ciudad. Accede con una condición: mostrarme su mundo y su vida. Accedo, me es fascinante.
Toma mi mano, me resulta extraño. Sin mediar palabra me arrastra hacia una calle tan vulgar como su vestido. No me resisto. Explosión. El fuego del dragón quema mis pupilas. Los colores me absorben, los aromas me inundan, las voces me ensordecen. Estoy en su mundo.
Mai, Mien, Mein, sonríe, está contenta, me mira, es feliz. Una puerta, una habitación, una cama inexistente, una mesa que no es mesa. Me ofrece su bocanada, comprendo. Aletargado me pierdo, nos perdemos, me encuentro, me desencuentro.
El dragón tiñe de alba el caótico paisaje. Mai, Mien, Mein ya no luce, aborrezco su cuerpo y aún así me es la perfección.
Tomo una calle y camino lentamente hasta el hotel. Subo raudo a la habitación, me queda poco tiempo para tomar el vapor. Contemplo la maleta. Me paralizo… la noche me atrapa, me abraza y me llena de melancolía. Una calle innombrable me encuentra. Ella me sonríe... contemplo extraño la maleta. El cenit y la aurora se vuelven a suceder. Sonríe. Debo volver… otra vez me atrapa, otra vez su sonrisa.

martes, 5 de julio de 2016

La confesión

Al salir de la oficina, como todos los viernes,  se dirigió a tomar una copa al bar de la esquina. Ya en la barra pidió su clásico whisky. Sentado junto a él, una bella mujer, entre alegre y melancólica, le sonrió. "Salud" le dijo levantando su vaso, "Salud" le contestó ella. A los cinco minutos se encontraban sentados hablando en una mesa. Extraños encuentros. Era una persona rica en historias, atrapante para un aburrido oficinista. ¿Cómo fue que la charla devino en caricias, las caricias en besos y los besos en pasión?
Ya era tarde cuando regresó a su casa. Su mujer, tal como lo supuso, se encontraba dormida en la cama. Se desvistió y se acostó a su lado sin pronunciar palabra ni emitir sonido. Sin poder dormir e intuyendo el enojo, comenzó a contarle la historia de un personaje que había conocido esa tarde, un inventado viajante que lo había entretenido hasta altas horas con sus crónicas. Fue un monologo. Sospechó que su mujer sabía algo más, entonces, en un ataque de pánico, confesó, prometió y juro. Corrió las sabanas para besarla, sintió su frialdad, se heló hasta los huesos, la vida la había dejado.

miércoles, 29 de junio de 2016

La Loba épica

En el inicio de la vida todo era más frágil. El mundo era salvaje .Los habitantes de la tierra, con los seres de loas mares y los cielos luchaban por un lugar. Nada más caótico que ese principio. Fieras contra fieras, humanos contra humanos, fieras contra humanos, humanos contras fieras. Lucha encarnizada y estéril, solo engendrando odio entre creaciones. Las criaturas luchan, los dioses mendigan alabanzas y generan destrucción.
No todo está perdido. En lo profundo de la tierra, una bestia, una madre, tiene compasión de los hermanos. Tiene valentía de salvar al mundo, de salvarlo de fieras, de humanos y de dioses. Tiene la sabiduría de escribir una nueva historia... Roma nace.


domingo, 26 de junio de 2016

La cuchara ensuciada

Buenas,  buenas,  esponjita, ya la estaba esperando,
que esta cara ensuciada debería estar limpiando.

Este tinte se ha pegado una noche que recuerdo,
de revolver en la cocina de repente me he pintado.

Por la mesa no paseo, la señora no me quiere,
dice que así parezco de madera de palenque.

Ropa tenia de plata y hoy de lata se parece,
si usted me ayuda con esto, tendrá lo que se merece.

Solía ser muy bonita y a la boca me han llevado,
hoy me miran con desprecio y se ríen del pasado.

Ay Eulogia, ay querida,  
si no me hubieras usado, con la pompa yo estaría.

Ya, mi amiga, ya, se acerca, de esta hora no me salvo,
cuando usted lave mi cara; al servicio me han llamado.

Dele, meta, eponjita, dele meta ya sin miedo,
que por mucho refregar no se va a hacer agujero.

viernes, 17 de junio de 2016

Allegra y el incauto

Aquella noche te seguí por toda Roma (ciudad divina, hija de dioses y hogar de Dios). Tu falta de presencia se me hizo evidente. Llegué a pocos pasos de tu puerta. Tu tiro fue certero, saliste acompañada de la mano de un extraño. Decepcionado, desalmado, embriagado, me arrastre imitando las paredes para que no sospecharas. En cada recodo tomaba valentía y el elixir que traía escondido. No sirvió para nada.
Allegra, cuando te conocí, aquí en tu ciudad, no pude más que pensar que era el lugar indicado para tu nombre. Alegre era la noche, alegre era la urbe, alegre eras tú y alegre era yo. El tiempo se detuvo, las estrellas resplandecieron y tu sonrisa invadió mi esencia. Así se sucedieron las horas y los amaneceres. Nuestros encuentros fueron cada vez más intensos. Un día o una noche, ya ni recuerdo, decidiste des-dibujarte. Me desesperé, te extrañé, lloré y enloquecí.     
Desde las sombras te veo en la terraza, alegre como siempre, regalando tus dones al incauto que hoy elegiste.  No lo pienso, busco en mis bolsillos, encuentro mi encendedor, me acerco a la puerta, vacío la botella, y lentamente desato el infierno.  Se acaban las risas y resuenan los gritos. El rojo lo invade todo. Me doy media vuelta, camino tranquilo y de soslayo veo tus ojos, ojos que imploran. Sigo caminando.

Cuadro

¿Que escribirías sobre este cuadro?  
Tona Férnandez

Primer intento

Colores, sonidos, texturas; todo se levanta y cae a mí alrededor, y sigo estando aquí. Me es tan extraño someterme a tus caprichos. Hubiese partido hace horas pero hay algo que raya con la locura, deseo profundamente no perderte. Eres intrigante y emocionante, tus colores alucinógenos, tu música embriagadora, tu atracción pecaminosa, todo lo tuyo me retiene. Caminarte me remonta a otra época, pasada o futura, eres otro lugar, otro espacio. No puedo dejarte. Lenguajes misteriosos, luces deslumbrantes, gestos impensables, perfumes irreconocibles, me eres tan exótica y atrayente. 
Mañana ya parto hacia mi hogar, me espera la desdicha de soñarte en cada suspiro. Ciudad, ciudadela, memorable por el resto de mi existencia. ¿Por qué me dejas esta sensación? ¿Será tu majestuosidad? ¿Será mi impotencia? Ya todo me parece imposible, serte, estarte, sentirte. Me enamore a primera vista. Me deslumbró tu vida. Dejé de ser para pertenecerte.
¿Sólo me quedarán tus postales? Recuerdos insostenibles en la memoria y sustentables en el alma. Esperanza de volver a encontrarte en cada rincón de mi mundo y en el de otros. Te buscaré, te añoraré, te esperaré. Entrañable y extrañada, así serás eternamente para mí.  

jueves, 9 de junio de 2016

Verdad

Cuantas verdades creemos en nuestra vida, y son tan pocas las reales. Les puedo contar de una que es absoluta: morirán sin remedio. Probablemente les lleguen muchas muertes en su vida, algunas más intensas, otras no tanto, llorarán en cada una de ellas con dolor de propia pérdida. Seres queridos que se van, amores que dejan de existir, errores que no podrán reparar; todo eso será una pequeña muerte de su ser.
Vida: conceptualmente real y tan irreal como nosotros mismos en el universo. Seres sin futuro. Nuestro existir es finito y librado al azar, azar que creamos para nosotros mismos. Casualidades que se suceden una tras otra para hacernos imaginar que tenemos destino. Creer que tenemos alma inmortal aunque somos carne que se convierte en tierra.  Concebimos muchas certezas equivocadas para que parezca vida lo que tenemos. Y a pesar de todo lo que sabríamos lo vamos a seguir haciendo; es nuestra naturaleza, existir y dejar de hacerlo.  Nuestro legado es sólo memoria, recuerdos, evocaciones, a lo que fuimos. No desesperen, es mi mirada catatónica del vivir. No dejen de creer, de prometerse a ustedes mismos. La vida puede acabarse hoy o en el consecuente momento necesario. Luchen hasta ese momento, es el ruego de un simple mortal.  

martes, 7 de junio de 2016

Recuerdo

Recuerdo cuando te amaba, recuerdo cuando me amabas. Cuando las palabras eran reacciones y las acciones palabras. Todo se va, como la vida. Todo nos llega, lastimarnos es algo que hizo costumbre, sin buscarlo, sin pensarlo, y a pesar de eso logramos hacerlo. Existen preguntas  ¿Cuándo dejaste de amarme? ¿Cuándo deje de amarte?  Es tan simple para mi... nunca dejé. Siguen siendo música voladoras tus decires, necesitados tus besos y sentidas tus caricias.
Algo que se, cada día es una batalla de una no guerra perdida. Porque no hay guerra, no hay vencedor, no hay vencido, solo dos almas doloridas. Verdades que van y vienen en su pura verdad. Dolor que tiene su principio y no tiene su cenit. Olvidar es inhumano; no recordar es posible.
Muchas luchas podríamos sobrellevar, quizás no tantas como hubiésemos deseado. Herir es un buen recurso, porque sentir no es pensar y causar no es casualidad.
Cuantas verdades  en el sentir, cuantos adioses no dichos, cuantas desilusiones ocultadas, cuantos sentires perdidos, cuantas esperanzas sin certidumbre.
Y al final, solo me queda un recuerdo. Recuerdo cuanto te amo, recuerdo cuando me amas.
Necesito de tu ser para ser. Memorias del presente para que no ser pasado. Alusiones al futuro que buscan pasados felices.
No hay futuro sin tu ser, no hay presente sin vos.