sábado, 9 de julio de 2016

Mei

Llegué al mundo sin un destino. Mi familia era pobre, tan pobre que solo comía unas pocas veces a la semana, y lo que comía no era digno. Mis años de infancia transcurrieron en una pequeña habitación donde mi madre gritaba y mi padre embriagado soñaba una vida mejor. Pertenecía a un pueblo que vivía oprimido por su soberano. A los nueve años me llevaron a la ciudad, en una habitación olvidable, mi progenitor me intercambio por unas monedas. Lloré hasta que me dolieron los ojos, no sería la última vez que me venderían. 
Mi cuerpo dejó de ser mío. Vomito innumerables veces. Manos grasientas que me recorren. Lenguas húmedas que me queman. Caracoles que me impregnan de su inmundicia. Me hieren, me llenan con carne y piel. Gritan, grito.
Me acostumbré, que estúpida es la costumbre, no sirve para olvidar. Pasaron varios años desde el primer dolor. Ya se me hace más fácil, ya no siento. Mis ojos se pierden en el techo sin mirar. Mi cuerpo perdió toda sensación, mi mente se durmió, solo sueño.
Sueño, quizás como mi padre, tener una vida mejor. Alguien que no me toque y me abrace. Que me sea lindo… nunca tuve nada lindo, ni siquiera cuando pensé que lo tendría.
Hace varios días que tengo nauseas, no son las mismas de siempre, las de repulsión. No quiero contarle a nadie, estoy aterrada. Sospecho que llevo en mí a alguien más, si la señora Li lo descubre estaría perdida. No sé cuánto tiempo podre ocultarlo, recurro a otra chica para que me ayude, me da de beber unas hierbas y me dice que en pocos días voy a estar bien. Nada ocurre, mi vientre sigue creciendo.
Un cliente se queja, Li me increpa, vocifera que ya no sirvo. Salgo por primera vez en muchos años de mi palacio, me lleva hasta un lugar horrendo, me para frente a un hombre, saca mis ropas, aprieta mis senos y mis muslos, insiste en mostrar mis dientes y mi intimidad. Siempre me sentí sucia, aquella vez me sentí peor. Discuten, finalmente el hombre toma un puñado de yuanes de una caja, los cuenta y se los da a Li. La señora le entrega mis pertenencias y se va.
Violada, sigo allí parada, el señor me mira hasta con asco. Me dice que ahora le pertenezco, acepta ayudarme pero debo pagarle. Me tira la ropa en la cara, y sin dejar que tape mi pudor me conduce a otra habitación. Me encuentro con otras chicas.
Mi vientre sigue creciendo y aun así debo pagar. Un alma pide a gritos abandonarme, llegó el momento. Las chicas se arremolinan ante mí, una anciana me mira con remordimiento. Gritos de dolor no carnal, presiento lo que se avecina. Termina rápido, lo que sentía mío ya no lo es. La anciana se lleva las telas ensangrentadas, se lleva mi otro yo en llantos.
Ya no soy tan refinada, soy joven, conté diez años desde mi último cumpleaños festejado, quizás ye se empiezan a notar las penas en mi cuerpo, los clientes ya no me elijen con tanta frecuencia. ¿Ya pagué?
Recogen mis cosas, me las entregan en una bolsa y me dicen que es hora de irme. Salgo por primera vez en muchos años de mi prisión. Perdida, camino sin rumbo. Ya llevo horas así y me duermo en un callejón. Me acaricia, me mira con piedad, su piel ajada, sus manos arrugadas, sus ojos suaves  son la primera expresión de ternura que veo en siglos. Me invita a seguirla; la sigo.
Había sido una princesa del placer, me convertí en una mendiga de la vida. Mi madre, la que esa noche me dio vida, nunca preguntó nada. Me llevó a su pocilga, me dio un plato de agua negra caliente, me reconfortó. Me presentó hermanos y hermanas, todos tan perdidos como yo.
Le pagaré. Es lo único que sé hacer… pagar. 

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