miércoles, 6 de julio de 2016

El círculo de Shanghái

Última noche en la ciudad. Exótica, revuelta, convulsionada, impredecible, encantadora, Shanghái. Dejo mi maleta preparada sobre la cama del hotel y salgo a caminar con la única razón de no quedarme solo, mi última noche y mi primera vez. Recorro las avenidas más importantes. Sabiendo que los extranjeros no somos bienvenidos me adentro en una calle lateral... mi perdición.
Mai, Mien, Mein (todavía no aprendí a pronunciar su nombre) me ataca, con sonrisa irresistible y voz de miel me invita a placeres desconcertantes. Fui fuerte, rechacé cada uno de sus embates. En mi soledad, le propongo que sea mi lazarillo, que me guíe por la ciudad. Accede con una condición: mostrarme su mundo y su vida. Accedo, me es fascinante.
Toma mi mano, me resulta extraño. Sin mediar palabra me arrastra hacia una calle tan vulgar como su vestido. No me resisto. Explosión. El fuego del dragón quema mis pupilas. Los colores me absorben, los aromas me inundan, las voces me ensordecen. Estoy en su mundo.
Mai, Mien, Mein, sonríe, está contenta, me mira, es feliz. Una puerta, una habitación, una cama inexistente, una mesa que no es mesa. Me ofrece su bocanada, comprendo. Aletargado me pierdo, nos perdemos, me encuentro, me desencuentro.
El dragón tiñe de alba el caótico paisaje. Mai, Mien, Mein ya no luce, aborrezco su cuerpo y aún así me es la perfección.
Tomo una calle y camino lentamente hasta el hotel. Subo raudo a la habitación, me queda poco tiempo para tomar el vapor. Contemplo la maleta. Me paralizo… la noche me atrapa, me abraza y me llena de melancolía. Una calle innombrable me encuentra. Ella me sonríe... contemplo extraño la maleta. El cenit y la aurora se vuelven a suceder. Sonríe. Debo volver… otra vez me atrapa, otra vez su sonrisa.

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