sábado, 15 de octubre de 2016

Trofeo

Se acerca despacio, tratando de no hacer ningún ruido. Tiene en la mira a su presa. Las astas se confunden con las ramas de los árboles, es imponente.
El ciervo levanta su cabeza parece intuir la presencia de ese hombre. Da unos saltos y se aleja por un sendero verde y profundo.
El cazador no puede perder tan bello ejemplar, sus catorce puntas lo hacen codiciable. Recorre cien, doscientos, trescientos metros y lo encuentra, parado saboreando la hierba tierna de primavera.
Esta vez tuvo la precaución de acercarse por el lado contrario al viento. El animal sigue inquieto, hociquea en busca de aromas peligrosos. Por suerte, no los huele.
En la mira nuevamente, ahora está más cerca aun. Su nerviosismo puede jugarle una mala pasada, intenta relajarse. Apoya su dedo en el gatillo sin respirar. Uno, dos, tres, cuatro y pierde la cuenta de los disparos.

En su casa de Buenos Aires, cuenta la historia a sus amigos, vinieron especialmente a admirar su obra. En la sala un esplendido ciervo colorado, rojo como fuego, parado en el medio del bosque. Junto a esa imagen, la secuencia completa de fotos.

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