La miro. Mis ojos no se pueden despegar de su
pecho. No me jodan, el alma está cerca de las tetas, así como el deseo próximo
al culo, la sensualidad alrededor de la boca y la ternura en los ojos.
Está tirada sobre unas mantas en el piso del atelier.
La luz del amanecer, entrando por las grandes ventanas, ilumina todo su cuerpo.
Soy un voyeur inesperado.
No puedo dejar de admirar su espíritu, está lleno
de vida. Si despierta, pensará que acecho sus deseables pechos; estoy
contemplando su sustancia. Me siento un violador, un aborrecible degenerado que
rompió los límites de sus entrañas. Debía ser tan solo una noche, una noche de
enredos carnales, sólo eso. Hubo deseo, pasión, sensualidad, y al final, en la
culminación y en el principio del amanecer, apareció el sentir. Puta alma que te
revelas en este momento. ¿Qué puedo hacer con esta luz que me completa? No es
el sol traspasando las ventanas; es su pecho el que me ciega, el que irradia la
claridad, el que destella. Es Ella.
Siempre preferí las penumbras, es un lugar en el
que me muevo bien. La noche me deja ser quien no soy, la mesa oscura de un bar
me permite desparramar mi elocuencia, convertirme en un intérprete de palabras
y creaturas, un actor de la seducción, un desenamorado del amor.
No lo sabe, pero su cuerpo no me enamora, y aun
así miro sus tetas… su alma, y es allí donde me pierdo. No tiene derecho.
No quiero despertarla… no quiero despertarte. Un
deseo más grande que mi ego desea cada espacio de tu existencia. Odio todo lo
que pudiste hacer en pocas horas, adoro todo lo que me haces ser.
Es difícil mi decisión; te despierto con un
desayuno. Arrodillado junto a ti, te acerco una tostada a la boca, mi café no
es muy bueno. Luz… me deslumbras. Tu corazón late descontrolado. El mío que no
tenía ritmo, hoy lo encontró.
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