Al salir de la oficina, como todos los viernes, se dirigió a tomar una copa al bar de la
esquina. Ya en la barra pidió su clásico whisky. Sentado junto a él, una bella
mujer, entre alegre y melancólica, le sonrió. "Salud" le dijo levantando su vaso, "Salud" le contestó ella. A los cinco minutos se encontraban sentados hablando en
una mesa. Extraños encuentros. Era una persona rica en historias, atrapante
para un aburrido oficinista. ¿Cómo fue que la charla devino en caricias, las
caricias en besos y los besos en pasión?
Ya era tarde cuando regresó a su casa. Su mujer, tal
como lo supuso, se encontraba dormida en la cama. Se desvistió y se acostó a su
lado sin pronunciar palabra ni emitir sonido. Sin poder dormir e intuyendo el
enojo, comenzó a contarle la historia de un personaje que había conocido esa
tarde, un inventado viajante que lo había entretenido hasta altas horas con sus
crónicas. Fue un monologo. Sospechó que su mujer sabía algo más, entonces, en
un ataque de pánico, confesó, prometió y juro. Corrió las sabanas para besarla,
sintió su frialdad, se heló hasta los huesos, la vida la había dejado.
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