Una tarde se
encontraban, a la vera del arroyo, la liebre y la serpiente deliberando sobre
sus destrezas.
—Yo puedo correr
a gran velocidad —dijo la liebre.
—Y yo puedo
subir a los árboles fácilmente —expuso la bicha.
—Pero nadie
escucha a más distancia que yo —se despachó la orejona.
—Eso no es nada,
yo puedo escabullirme bajo cualquier cosa. —proclamó la ofidia.
—Se camuflarme
en el follaje y permanecer invisible —observó la corredora.
—Puedo ser tan
silenciosa que no me escucharían ni aun estando cerca —declaró la víbora.
Y así estaban, enumerando
sus muchas competencias, cuando de pronto y sin aviso, apareció un cazador, que
con sólo dos certeros disparos abatió a las parlanchinas.
El señor sapo,
que vio toda la escena escondido en su agujero, miró a la señora sapo y le
dijo: ¿Viste vieja? De nada sirve alardear de tus habilidades si no sabes
utilizarlas en el momento adecuado.
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