Hace muchos… muchos años… tenía apenas 10 (primaveras, veranos, inviernos, otoños). Escribí un cuento
para el día de nuestra independencia. Un naranjo en la casa de Tucumán y una
naranja que veía todo lo que sucedía en su morada. Caí ya en su madurez, le
contaba a los niños, que la tomaban, la histórica reunión.
Poco tiempo después conocí a un grande de la literatura, Manuel Mujica Láinez.
Un vecino de mamá era amigo y compañero de trabajo de su hijo. Me llevaron,
junto con su mujer, a una cena en la casa. Nunca me imaginé encontrarme en la
mesa con el autor de “Misteriosa Buenos Aires”. Imaginen a un niño estando en el mismo lugar con la
persona que escribe los cuentos que se leen en su escuela. Una cena bastante
formal, muy educada diría hoy. Le miro las manos, me impresionan sus anillos gigantes, estamos sentados
en el living del departamento, yo en su regazo contándole de la
naranja. Como todo grande me escucha atentamente, se sonríe y me dice que voy a
llegar ser un buen escritor. Una persona gigantesca, un ídolo para mí.
Hoy hablé con mi madre, quería sacarme la duda de que no solo haya mi imaginación
de niño, no lo fue, me confirmó la historia y me contó algunas cosas más.
Todo esto lo digo porque a veces estamos destinados a hacer cosas a las
cuales nos resistimos. No sé si puedo ser un buen escritor, pero no me voy a
resistir. Saldrá pato o gallareta, pero lo voy a intentar. Me llevó años
entender, la gallareta en guiso en tan buena como el pato...
Lo sueños quedan en sueños, solo si no somos capaces de hacerlos realidad.
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