—Que buenos tiempos eran los de antes —Sentenció la paloma parada en
un árbol de la plaza.
—Podíamos volar por las cúpulas de la estación muy tranquilamente
—Se dejó llevar el gorrión.
—Nos han diezmado, amigazo, antes podíamos comer de la basura que
dejaban los pasajeros.
—No me cuentes, teníamos los nidos más calentitos de la cuidad y
nadie podía molestarnos.
—Nosotras ensuciábamos a los que iban y a los que volvían, nos
divertíamos mucho —Alegó la torcaz con risa melancólica.
—Nos echó ese halcón despiadado. Todo el día gritando. Se apoderó de
nuestros hogares. Ahora los gorriones debemos trabajar para mantenernos.
—Pajarraco indolente. Odio a los
hombres, odio más a ese avechucho que nos asusta sin descanso. Para colmo, aquí afuera están sus compatriotas
que nos comen sin descanso.
El jefe de la estación, cansado de los disturbios y la suciedad que
provocaban las palomas y gorriones, decidió instalar el “alcón-J355”, un artefacto
electrónico que emitía sonidos de aves rapaces. El resultado fue óptimo, hacía
meses que habían desaparecido los provocadores.
Un halcón, parado en lo más alto de la torre, buscaba a sus
víctimas. Había descubierto la verdad hacía tiempo, se había adentrado en la
vieja cúpula al escuchar los gritos de un colega y descubrió que se trataba de
un artilugio.
Distinguió su almuerzo desde la altura, se preparó a realizar el
vuelo certero… antes, se dijo: todo lo que escuchas es tan verdadero como quieras
creerlo.
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