No eran pasos, arrastraba sus pies dañados por el
suelo polvoriento.
Los indios, invadidos invasores, lo habían dejado
por muerto junto al azaroso cauce del río.
La noche oscura y voluminosa lo alcanzó, el cielo abundante
cayó sobre su cuerpo maltrecho.
Le urgía encontrar un refugio para las heridas de un
cuerpo y un alma desahuciados, un amparo donde escapar de los hambrientos seres
nocturnos, un asilo para esconderse de sus miedos.
A lo lejos escuchó la tumultuosa jauría de canes
merodeando el pueblo. Debía llegar antes que cerraran la empalizada. Su vista
la ponía al alcance de sus manos, sus pies parecían llevarlo en sentido
contrario. Su vida necesitaba desesperadamente llegar.
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