Busco en mi inconsciente su mejor imagen, necesito construir un recuerdo que no sea el que tengo hoy, ese que sabe a trago de pis.
No quiero quedarme con ese último momento, ver
sólo su espalda alejándose, el viento helado hostigando en mi cara las lagrimas
que me recorren.
No quiero los nudos que todavía retuercen mi
estomago, seguir escuchando una y otra vez las puteadas que nos enrostramos en
las últimas peleas.
No quiero saber que su vida no tiene olor a mí,
que la cama sigue con las mismas sábanas del último sexo y el colchón recuerda
sus formas.
No quiero, cada mañana, continuar mirando su puto
y abandonado cepillo de dientes en el baño, encontrar sus medias en el cajón de
mis calzones, descubrir sus pelos en el peine.
No quiero la futura deslealtad de ser besados por
otras bocas, pensarme acosado por su
cuerpo enroscado con el primer gil dispuesto a seducirla.
No quiero perder el enojo de la pérdida, la orgía
de dolores que hacen que me cague encima rememorando su cara.
No quiero la sencilla acción de olvidar,
reemplazar el lugar que ella ocupa en mi mente con el precio de una estúpida
lata de tomates que se me cruza en la góndola de un supermercado.
No quiero soportar la carga de odiarla, odiarla
sería reconocer que cada maldito segundo de mi existencia no puedo dejar de
amarla.
Y… no puedo, no puedo dejar de amar su
inescrupulosa forma de desparramar su vida sobre mi vida, esa desfachatada
insolencia de soltar su cuerpo sobre el mío, esa incoherente forma de anunciar
su apego a mi desdibujada personalidad.
Y… la perdí. Se fue, me robó la primicia del
adiós. Ese adiós que no saldría de mi boca porque mis entrañas se retorcerían
cientos de veces antes de pronunciarlo. Ese adiós, que supo pegarme con su mano
abierta como una cachetada dolorosa y vergonzante. Ese adiós que no me dejó un
puto derecho a réplica, que no me dejó demostrarle que su golpe de aparente
inocencia fue una invitación a la completa desolación, a una supervivencia
imposible de encontrar sin su presencia.
Y… No sé explicar, eso que dicen que es angustia de
desamor y para mí se parece más a un pedo atravesado que me presiona el pecho y
me produce una quemazón que siento subir desde el estomago a la tráquea, que me
llena de una acidez que no puedo calmar ni con la tan publicitada pastillita de
mierda.
Y… me lleno de preguntas, con esta mezcla de
conciencia y dolor, de pensamiento y sentimiento, que me impiden cortar ese
milimétrico hilo que existe entre el mundo y el infierno, aunque después de
todo, es un simple y conceptual paso. Necesito de una vez por todas, dejarme de
joder y apagar mis sienes, porque el tiempo nos hace olvidar y yo no quiero
olvidarla.
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