Ayer, cuando desperté, me picaba el dedo gordo del
pie derecho. No supe de donde caranchos venía esa comezón, pero ahí estaba. Por
instinto me rasque con ganas hasta dejarlo tan colorado como un tomate recién
arrancado. El picor no menguó.
Seguramente para los amantes de la quiniela, el
escozor de un dedo del pie, debe significar el número doscientos veintinueve o
quizá el cuatrocientos treinta y dos. Para mí solo significó que picaba.
Cuando pude callar los ecos animales provocados
por la rascadura, llené una palangana con agua fría y metí mi pie desnudo. El
mismo resultado, continúo picando.
Lo acerqué todo lo que pude a mi cara, lo mire de
arriba abajo rebuscando una picadura de mosquito, pulga, hormiga o cualquiera sea
el bicho picador. Ni rastros.
Di vueltas el botiquín tratando de encontrar
cualquier cosa que calmara la locura, lo único que encontré fue una crema anti-hemorroidal
vencida. La apliqué sin cuidado, mal no hizo, bien tampoco.
Llevaba un par de horas dándole vueltas a la
cuestión hasta que me cansé. Me calcé las medias, unos jeans gastados, una
remera usada, las zapatillas rotas y me fui a laburar.
Hoy desperté y me acordé que ayer olvidé que me picaba
el dedo gordo del pie derecho.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario